La princesa Po era la niña más repipi, caprichosa y presumida que jamás había existido en el mundo. Como su reino era próspero y rico, podía permitirse todo lo que quisiera. Pero, a pesar de eso, todo el mundo quería a la princesa, porque siempre que celebraba su cumpleaños hacía una gran fiesta en la que invitaba a todo el reino y les hacía un regalo para que se acordaran de ella.
Celosa de envidia, la noche antes del cumpleaños de la princesa Po, la reina de las brujas decidió darle un escarmiento. Hizo un encantamiento con el que envió una plaga que acabó con todos los cultivos del reino. Pero, por si esto fuera poco también, envió una gran tormenta que estropeó todas las casas y destruyó los puentes.
Cuando amaneció, todo el mundo estaba aterrorizado. ¿Qué sería ahora de ellos? Había que reparar todas las casas, y no podían salir de su reino a buscar materiales porque los puentes estaban destruidos. ¿Qué comerían, ahora que los campos habían sido arrasados?
La princesa Po bajó las escaleras del palacio muy enfadada:
- ¿Por qué nadie me ha despertado? ¿Dónde está el coro que todos los años me canta el cumpleaños feliz? ¡Dejé bien claro que este año quería que cien personas cantasen junto a mi cama!
Con todo lo que había pasado nadie se había acordado del cumpleaños de la princesa.
- ¿Dónde está mi tarta? ¿Dónde está el desayuno real? ¿Dónde está la gente? ¿Dónde están los músicos y las actuaciones? ¡¿Dónde está mi fiesta?!
La princesa Po estaba hecha una furia. Su padre, el rey, intentó explicarle todo lo que había pasado y cómo la reina de las brujas les había atacado.
- ¿Y a mi qué me importa todo eso? -dijo la princesa-. ¡Yo quiero mi fiesta!
- Pues tendrás que conformarte con una fiesta más sencilla, hija -dijo el rey-. Tal y como está todo, no podemos hacer mucho.
- ¡Tenéis una hora para preparar mi fiesta! -dijo la princesa, que no estaba dispuesta a quedarse sin fiesta-. ¡Me voy a la cama!
A dos damas de la corte se les encargó la difícil tarea de organizar la fiesta. Con lo que pudieron encontrar prepararon el desayuno, la tarta e incluso el banquete.
Cuando bajó la princesa todo estaba listo. Pero faltaba algo.
- ¿Y la gente? ¿Dónde está la gente? -preguntó la princesa.
Arreglando sus casas, señorita -dijo una de las damas-. La mayoría han perdido todo lo que tenían, y necesitan disponer al menos de un lugar en el que dormir.
- No me lo creo. Quiero verlo con mis propios ojos -dijo la princesa.
Cuando la princesa Po vio el desastre que había causado la reina de las brujas por la envidia que le tenía se sintió muy culpable. Se dio cuenta de que en esa situación era muy egoísta celebrar su fiesta de cumpleaños, así que decidió suspenderla y dar el dinero que iba a gastar en ella a la gente que se había quedado sin nada.
La princesa siguió enviando comida desde palacio hasta las gentes más necesitadas y con el tiempo los efectos de la plaga y la tormenta provocados por el encantamiento desaparecieron y todo volvió a ser como antes.
Bueno, todo no, porque desde ese día la princesa Po es mucho más sencilla, amable y agradecida y, aunque sigue invitando a todos sus súbditos a su real fiesta de cumpleaños, sus celebraciones son mucho más humildes.