Había una vez una reina buena y generosa que gobernaba a su pueblo justamente. Gracias a su buen corazón, el Mago Supremo le había concedido grandes poderes y la había convertido en maga.
-Usa tus poderes sabiamente -le había dicho el mago- pues llegará un día en que se agotarán.
La reina maga siempre se las había apañado muy bien para gobernar sin magia, así que guardó sus poderes. Al principio la gente no entendía por qué la reina no utiliza su nuevo poder para crear comida, para mejorar las casas o para aumentar sus riquezas y las de su pueblo.
-No seáis codiciosos -decía la reina a todos los que la reclamaban-. Hasta ahora hemos sido felices así. No necesitamos nada más.
La gente empezó a sospechar que la reina se guardaba para ella los poderes y que, a escondidas, se dedicaba a convertir la paja en oro y esconderlo de alguna manera. La decepción empezó a anidar en el corazón de sus súbditos.
Años después, cuando el pueblo ya casi había olvidado el poder de la reina o, al menos, se habían acostumbrado a vivir sin magia, ocurrió una gran tragedia. Una terrible sequía amenazaba con echar a perder las cosechas y el ganado. Se avecinaba una hambruna colosal. La escasez de comida empezaba a ser alarmante.
-¿Será esta la gran ocasión que espera la reina para usar sus poderes? -se le ocurrió decir a alguien.
-Es verdad, la magia de la reina. Seguro que ahora llenará nuestras despensas con su poder.
-Eso será si no se le ha agotado ya la magia, porque lleva meses sin llover, los pozos están casi secos, los ríos apenas llevan caudal y todavía no ha hecho nada.
-Y si ha estado amasando una fortuna buen momento sería para repartirla, aunque, a saber…. Seguro que a ella nada le falta ni nada le faltará. Se ha olvidado de nosotros.
Pero la reina no se había olvidado de sus súbditos. Al contrario, llevaba días retirada buscando la manera de solucionar el problema. Podía llenar las despensas de todo su pueblo al menos una vez pero, ¿qué pasaría después? ¿Hasta cuándo podría estar llenando las despensas de la gente? Tras largos días de meditación, la reina encontró una solución.
Con gran decisión, la reina fue a la plaza principal y, desde el centro, convocó a las nubes para que empezara a llover.
-¡Lluvia! ¡La reina nos ha salvado! -gritaba la gente.
Pero no fue suficiente con una vez, y la reina tuvo que repetir su conjuro. Y así durante varias semanas. Gracias a la reina, ese año fue el mejor en décadas. Los animale
s estaban hermosos, las cosechas fueron abundantes y la gente estaba feliz.
-Gracias, señora -le decía la gente al verla pasar.
Para celebrarlo, la reina decidió dar una gran fiesta. Sorprendería a la gente con un pequeño espectáculo mágico de fuegos artificiales. Pero cuando lo intentó, la reina descubrió que el poder se la había acabado. En su lugar, empezó a llover. La reina no pudo moverse de su lugar, muy triste por la pérdida, así que se empapó. De repente, sintió que su poder regresaba, poco a poco.
Desde entonces, siempre que llueve la reina se pone bajo la lluvia para recargar su poder y, con él, la convoca cuando hay sequía. Porque el poder es como el amor: su razón de ser es servir, no dominar, y si lo usas sabiamente nunca se acabará, pues lo encontrarás de nuevo en el fruto de tus buenas obras.