Había una vez una gata que veía muy poco. Como se suele decir, no veía un burro a tres pasos. Todos los demás gatos del barrio se reían mucho de ella, porque se daba unos coscorrones tremendos contra las farolas, los contenedores y cual objeto o animal que se le pusiera por delante.
Estos gatos vivían en una fábrica, abandonada, donde ya no quedaban más que gatos.
Un día todos los gatos del barrio se reunieron. La gata cegata también estaba entre ellos. Había un problema importante: un grupo de humanos merodeaba por el lugar.
-No podemos consentir que se queden aquí -decían los gatos-. Parece que buscan un lugar para montar sus juergas. Y no podemos consentirlo. Lo dejarán todo hecho un asco.
Los gatos se repartieron las guardias, tanto de día como de noche. Durante varios días consiguieron alejar a los humanos, hasta que le tocó el turno a la gata cegata.
-Yo apenas veo -les dijo- y menos aún de noche.
-Excusas, excusas -le dijeron-. Es lo que te ha tocado y lo haces.
-Pero puedo ser muy útil en otros trabajos -insistió. Pero ninguno le hizo caso. Así que no le quedó otra que hacer la guardia.
Esa noche la gata cegata la pasó dándose golpes contra todo. Ella oía a los humanos, pero no los distinguía bien, así que atinaba. Al final, esa noche los humanos consiguieron instalar su campamento. A la mañana siguiente la zona apareció llena de botellas, plásticos y unas cosas apestosas que humeaban y que causaban náuseas a los gatos.
-¡Es por tu culpa! -le gritó un gato.
-Eso no es verdad -dijo otro-. La culpa es nuestra por no hacer caso a la gata cegata. A pesar de todo lo ha intentado. Solo hay que ver cómo está, llena de golpes y heridas.
Los gatos volvieron a organizarse, esta vez con la intención de dar un buen susto a los humanos que invadían y ensuciaban su hogar.
A uno de ellos se le cayeron unos cristales redondos unidos con marco y unas alambres a los lados. La gata cegata se topó con ellos y, como por arte de magia, empezó a ver.
-¡Vaya! -gritó-. ¡Qué pasada!
Como la gata cegata ya no era cegata pudo empezar a colaborar mucho más en la vigilancia del lugar. Eso sí, sin quitarse aquel extraño objeto que había encontrado y que le permitía ver las cosas claras.