El pirata Barbasucia se había ganado el apodo con todas las de la ley. El pirata Barbasucia era el pirata con la barba más sucia y maloliente de todos los que surcaban los mares. Su cabello no era menos, ya que también estaba asqueroso y apestaba. Esto era porque Barbasucia no se lavaba la cabeza ni la cara nunca porque le daba repelús el agua.
Gracias a su asquerosa barba y su pestilente cabellera el pirata Barbasucia había conseguido convertirse en capitán pirata. Su barco era el más rápido y su tripulación la más abundante. Aunque los piratas tenían que ir con mascarilla todo el día para no sucumbir a la pestilencia de su capitán seguían con él porque saquear y robar con el pirata Barbasucia era pan comido.
Para saquear barcos y ciudades, Barbasucia solo tenía que bajarse del barco o acercarse lo bastante a un navío. Su fuerte olor, entre rancio y pocho, hacía que la gente le entregara todo cuanto tenía para que se fuera cuanto antes.
Esto hizo pensar al pirata Barbasucia que tenía poderes, así que, con el tiempo, también dejó de lavarse el cuerpo, con lo que su olor empeoraba todavía más. Debido a esto poco a poco se fue quedando sin tripulación, hasta que llegó el día en que se quedó solo.
Como una sola persona no puede hacer navegar un barco tan grande como el suyo, el pirata Barbasucia decidió quedarse en tierra, construirse una gran casa con todo lo que había ganado y seguir saqueando cuando le hiciera falta.
El problema era que, como olía tan mal, nadie quiso ayudarle con la construcción de su casa. Barbasucia decidió entonces asentarse en una cueva que había descubierto y en donde guardaba sus tesoros mientras terminaba su casa.
Pero cuando Barbasucia fue a la cueva descubrió que sus tesoros habían desaparecido.
-¿Qué ha pasado aquí? --gritó Barbasucia-. ¿Quién ha osado robar mis tesoros?
Una luz empezó a avanzar desde el fondo de la cueva acompañada de un hedor que hasta al pirata Barbasucia le pareció nauseabundo. Cuando la luz se acercó lo suficiente mostró el rostro más feo y asqueroso que nadie haya visto jamás.
-Soy Regualda -dijo-. Has invadido mi casa y yo me he quedado con tus cosas. Si las quieres recuperar tendrás que casarte conmigo.
-¡Bruja ladrona! -gritó Barbasucia-. Jamás me casaré contigo. ¿Te has mirado bien? Tienes más porquería encima que un basurero. Y hueles a… ¡Ag! ¡Qué asco das!
-Pues vete -dijo Regualda-, pero tus cosas se quedan aquí.
Barbasucia estaba tan asqueado que salió corriendo de allí todo lo rápido que pudo. Cuando llegó al pueblo más cercano entró gritando:
-¡Una bruja! ¡Una bruja! La bruja Regualda me ha robado todas mis posesiones. ¡Huid de la bruja!
La gente del pueblo, que hacía tiempo que había descubierto que el pirata más cochino del mundo se quería instalar cerca, ya estaba preparada. Todos estaban pertrechados con mascarillas antigas y trajes de protección.
-
¡A por él! -se oyó decir mientras le caía una red encima.
-Ahora que estás atrapado te vamos a lavar a conciencia -dijo alguien.
Dicho esto, una ducha gigante se colocó sobre Barbasucia mientras unos brazos mecánicos con esponjas lavaban y frotaban al pirata. Después de tres horas de fregoteo intenso, Barbasucia quedó limpio y oliendo bien.
-¡No! -gritó Barbasucia-. He perdido mis poderes.
-Ni tú tenías poderes ni la marrana de la cueva es una bruja -dijo el que parecía el alcalde-. Si quieres puedes quedarte aquí a ganarte la vida dignamente, pero como no te laves bien todos los días te mandamos a vivir con Regualda.
A Barbasucia no le quedaban muchas opciones, así que aceptó quedarse a vivir y a trabajar allí, aunque tuviera que lavarse con jabón todos los días.
De Regualda no volvió a saberse nada, aunque seguramente se quedaría en su cueva para no sufrir el mismo destino de Barbasucia, contemplando sus tesoros, que de nada le servían allí encerrada.