Había una vez un joven grumete que soñaba con convertirse en el más famoso capitán pirata de toda la historia de la piratería. Pero en lo que a leyendas piratas se refiere, poco se podía hacer si no se poseía una barba legendaria. Así de difícil lo tenía este joven grumete, al que no salían más de ocho o diez pelos en la cara. Y por más ungüentos que usase ni más remedios populares que se aplicase, nada le funcionaba.
Pero el joven grumete estaba decidido a ser un famoso capitán pirata, de los de barba legendaria, uno cuyo nombre hiciera temblar hasta a las olas del mar, al punto que estas se apartasen para cederle el paso. La otra opción era tener una legendaria pata de palo, pero la idea de perder una pierna para sustituirla por un madero no le gustaba lo más mínimo.
Pero el tiempo pasaba y la barba no crecía. Cada año le salían alguno pelos más en la cara, que ya no se afeitaba con la esperanza de que, viéndose largos, aparentaran un poco en su cara. Pero esto, lejos de darle una apariencia más varonil, le otorgaban un aspecto entre ridículo y dantesco.
Ajeno a las burlas de sus compañeros, el grumete, ya convertido en marinero, seguía preparándose para ser el temible pirata que soñaba ser. Así, leía historias de piratas, estudiaba para saber navegar y para aprender a manejar el timón y se formaba en la lucha con espada y cuerpo a cuerpo.
Un día, el capitán de su barco se puso gravemente enfermo, así como todos lo que sabían navegar y manejar el barco. Una tormenta se avecinaba y era preciso salir lo más rápido posible de aquella zona.
-Esta es mi oportunidad -pensó el aspirante a capitán pirata-. Demostraré de lo que soy capaz.
El capitán aceptó que el joven gobernara el barco, pues no había nadie más que se hubiera ofrecido. Cuando los demás se enteraron arrancaron a reír y a burlarse de él.
-Ahí va, el pirata Pocabarba, a salvarnos a todos con su gran conocimiento de la navegación -se reían.
H
aciendo caso omiso de los comentarios, el muchacho agarró el timón, estudió el cielo y cambió el rumbo. Al principio, cuando empezó a dar órdenes a diestro y siniestro, nadie le hacía caso, hasta que se plantó y les dijo:
-Si queréis vivir más o vale acatar las órdenes. Pues lo que me falta de barba me sobra de entendimiento. Así que manos a la obra, rufianes, o yo mismo os tiraré por la borda.
Así fue como el joven marinero consiguió hacerse con el mando del barco y huir de la tormenta. El capitán, como agradecimiento, le nombró segundo de abordo. Y le rebautizó con el nombre de Pirata Pocabarba, que, aunque al principio no le gustó mucho, con el tiempo le sacó buen partido.