Luis era un niño muy imprudente. Cruzaba la calle sin mirar si venían coches, no tenía paciencia para comprobar si el pescado estaba libre de espinas ni se abrigaba lo suficiente los días de lluvia. Por eso, para darle una lección, un día su padre le contó la historia de Ícaro. Para que Luis entendiera lo importante que es ser prudente y hacer caso a los mayores cuando dan consejos a los niños. También para que entendiese el valor de la responsabilidad.
La de Ícaro es una historia de la mitología griega muy conocida. Era hijo de Dédalo, un gran inventor que vivió durante la época del imperio griego. Su obra más famosa era un retorcido laberinto que había construido para encerrar al Minotauro, una criatura mitad toro, mitad hombre. Lo malo es que Dédalo y su hijo Ícaro estaban retenidos por el rey en la isla de Creta. Querían salir de allí y regresar a su casa, pero, como el rey Minos controlaba tierra y mar, no podían escapar.
Un día, Dédalo observó el vuelo de un águila y se le ocurrió una idea. Pensó en construir unas alas y salir volando de la isla con Ícaro. Empezó entonces a crear unas enormes alas con plumas pegadas con cera. Al probárselas, comprobó muy contento que podía volar como los pájaros. Fue entonces cuando invitó a su hijo a que hiciera lo mismo. Antes le advirtió muy serio:
– Ícaro, vas a poder volar como las aves, pero no subas demasiado alto porque el calor del sol derretirá la cera y caerás al mar. Tampoco vueles demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las plumas y ya podrías volar.
– Sí, padre- le dijo Ícaro.
D
édalo colocó con mucho cuidado las alas a su hijo y luego se colocó las suyas. Los dos comenzaron juntos a volar, pero Ícaro no hizo caso a la advertencia de su padre y empezó a subir demasiado. El sol empezó entonces a derretir la cera de las plumas de las alas e Ícaro cayó al mar.
Cuando se dio cuenta, Dédalo miró abajo y vio las alas de su hijo flotando entre las olas. Se puso muy triste y se arrepintió de haber tratado de ser más listo que la naturaleza e intentar volar cuando eso era algo que solo podían hacer los pájaros. En honor a su hijo, llamó Icaria a la zona donde su Ícaro había caído.