Midas era un rey que vivía en Frigia, un país en el que nadie pasaba hambre. Los árboles siempre estaban cargados de fruta, el ganado estaba sano y las personas tenían una vida tranquila disfrutando de todo lo que les daba la tierra.
Sin embargo, al contrario que sus súbditos, el rey Midas era muy avaricioso y siempre deseaba más, a pesar de ser ya inmensamente rico. Aunque tuviera el palacio lleno de riquezas y lujos, siempre le parecía poco y soñaba con que su riqueza creciese hasta el infinito.
Un día apareció en Frigia Dionisos, el dios del vino y de la fiesta. Él y sus acompañantes se pasaban el día de bailando, cantando y bebiendo vino. Se quedaban dormidos en sitios super extraños porque al final acababan perdiendo la noción del tiempo. Un día, uno de los amigos de Dionisos, Sileno, se separó del grupo y se quedó dormido bajo un rosal en el jardín del rey Midas.
Por la mañana, un jardinero le encontró y le condujo ante el rey. Midas, que era un muy buen anfitrión, le acogió en su palacio durante diez días. Cuando pasó ese tiempo y Sileno volvió junto al dios Dionisio, este quiso agradecer a Midas lo bien que había tratado a su amigo. Por eso, fue en busca del rey y le dijo:
-En agradecimiento por haber sido tan hospitalario con mi amigo, te concedo el don que quieras.
Midas llegó a la conclusión de que, aunque fuera muy rico, había un don que siempre había deseado poseer: convertir en oro todo lo que tocase.
Muy feliz con su nuevo don, Midas se fue al jardín a probarlo. Tocó una roca y esta se convirtió en oro. Luego hizo lo mismo con una rosa. Pensó que era el hombre más afortunado del mundo.
S
in embargo, la emoción le duró poco. Midas tenía un perro al que quería mucho. Un día que el animal se acercó a su amo y este le dio una caricia, se convirtió en oro. Al tiempo, a la hija de Midas, tras abrazar al rey también le pasó lo mismo. Fue entonces cuando Midas empezó a lamentarse por haber pedido eso al dios Dionisos. Además dejó de poder comer y beber porque todo alimento que tocaba se convertía en oro. Desesperado, fue a ver a Dionisos y le rogó:
-Por favor, quítame el don que me diste.
Dionisos le dijo que tenía que bañarse en la fuente del río Pactolo y hacer lo mismo con su hija para que la joven volviese a la vida. Así lo hizo y Midas consiguió salvar su vida y aprendió que la avaricia nunca trae nada bueno.