A Dora le encantaba la escuela, pero era algo trasto. Cada vez que la profesora llegaba a su nombre al pasar lista al comienzo del día decía: “Dora, la desmontadora”. Decía eso porque le encantaba montar y desmontar cosas. Relojes, el mando de la tele, los juguetes de su hermano pequeño…
Lo malo era que, como Dora era tan traviesa, nadie se atrevía a jugar con ella. Así que terminaba jugando sola en una esquina del patio. A ella no le importaba porque se lo pasaba pipa desmontando las cosas de los demás. A un compañero le dejó su yoyó encima de la mesa con cada pieza por un lado y a otro le sacó todos los botones de la calculadora. Cuando la profesora preguntaba qué había hecho, ponía cara de buena y lo negaba todo. Hasta que un día la pillaron con un destornillador en la mochila, el que usaba para desmontar las cosas.
Aunque a Dora parecía divertirle reírse de sus compañeros y ver sus caras de desconcierto cuando se encontraban con sus cosas desmontadas, en el fondo se sentía sola. Porque, cuando se le terminaban las ideas para hacer travesuras, no tenía nada que hacer ni nadie con quien jugar o a quien contarle sus trastadas.
Un día llegó una alumna nueva a clase. Se llamaba Ruth. Los demás niños le dijeron:
-Ten cuidado con Dora: le gusta estropear las cosas de los demás.
Sin embargo, Ruth no hizo caso, porque sus padres siempre le habían dicho que tenía que formarse su propia opinión sobre las personas y no dejarse influenciar por los demás. Ni para lo bueno ni nada lo malo. Por lo tanto, Ruth se sentó al lado de Dora en el comedor.
A
l principio no le hizo gracia, pero al rato agradeció su compañía. Cuando Ruth vio por primera vez a Dora coger el portaminas de un compañero y desmontarlo, le dijo que no debía hacer eso porque no sabía el esfuerzo que le había supuesto tenerlo. Le explicó el valor de las cosas y el respeto que hay que tener por los demás.
-¿Te gustaría que alguien escondiese ese destornillador con el que desmontas las cosas?- le preguntó Ruth.
-No- reconoció Dora avergonzada.
Desde ese momento descubrió que era mucho mejor tener amigos y que solo podría hacerlos si les respetaba.