HabÃa una vez una princesa tan seria que se le habÃa quedado la cara tiesa de no reÃr. Por eso todo el mundo la llamaba la princesa Caratiesa.
Como era de esperar, a la princesa Caratiesa no le hacÃa ni pizca de gracia ese mote. Pero como a la princesa Caratiesa no le hacÃa gracia nada de nada, tampoco es que esto tuviera mucho mérito.
Un dÃa, llegó a palacio un prÃncipe deseoso de aventuras y de conocimiento, que deseaba aprender todo lo que pudiera del mundo. Fue recibido con gran boato y alegrÃa, pues por aquel reino no solÃan pasar muchos forasteros, y menos de sangre real.
El rey dio una fiesta en su honor y aprovechó para presentarle a su hija.
—Os presento a mi hija, la princesa Caratiesa —dijo el rey, que no se cortaba un pelo, dicho sea de paso.
—Qué nombre tan peculiar —dijo el prÃncipe.
La princesa no dijo nada ni tampoco cambió el gesto.
—Oh, no, es solo un mote —dijo el rey, riéndose discretamente—. Es que esta hija mÃa no sonrÃe ni por equivocación.
El prÃncipe no sabÃa qué decir, ni cómo comportarse. La princesa seguÃa sin expresar emoción alguna.
Finalmente, el prÃncipe dijo:
—Bueno, a lo mejor deseáis pasear un poco conmigo, princesa. ¿SerÃas tan amable de enseñarme todo esto?
Como única respuesta, la princesa abrió un poco más los ojos y le tendió la mano.
Estaban ya en los jardines cuando el prÃncipe decidió romper el hielo y le preguntó a la princesa:
—¿Estáis bien? ¿Os ocurre algo? ¿Puedo ayudaros?
La princesa volvió a abrir los ojos más de lo habitual, en un claro gesto de sorpresa.
—¿Tampoco habláis? —dijo el prÃncipe, esbozando una enorme sonrisa, de esas que no cabe en la cara y que iluminan los ojos como si fueran dos luciérnagas en la noche.
Debió ser muy grande la sonrisa, y debieron de brillar mucho los ojos del prÃncipe, porque la princesa no pudo evitar reflejar eso mismo en su propio rostro.
Y asà se quedaron los dos, mirándose, sin entender nada.
Finalmente, la princesa dijo:
—Nunca antes me habÃa preguntado nadie si estaba bien o si me pasaba algo, ni mucho menos ofrecerme ayuda.
—¿No? —preguntó el prÃncipe.
—No —dijo la princesa—. ¿De verdad os interesa?
—¡Por supuesto! —dijo el prÃncipe—. Y más ahora, que acabo de romper el hechizo que os congeló la cara.
La princesa no pudo evitar reÃrse con una buena carcajada.
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€”¡No es ningún hechizo—dijo—.Es que hace tiempo perdà a alguien importante, alguien con quien querÃa pasar el resto de mi vida. Nadie lo sabÃa, y tampoco fui capaz de contarlo. ¡Estaba tan triste! Luego empezaron las bromas y ya no fui capaz de volver a reÃr.
—El tiempo lo cura toda —dijo el prÃncipe.
—SÃ, ahora lo sé —dijo la princesa—. Pero no me siento capaz de volver a ser yo misma, con tantas burlas.
—Podéis venir conmigo si queréis —dijo el prÃncipe—. Conocer el mundo os devolverá la alegrÃa y la ganas de vivir. Conoceréis gente nueva y podréis ser quien de verdad queráis ser.
—Me encantarÃa —dijo la princesa, con una gran sonrisa.
La princesa y el prÃncipe se fueron a conocer mundo juntos. Durante años, viajaron de acá para allá y la princesa recuperó la alegrÃa y volvió a ser ella misma.