Había una vez un pequeño y tranquilo pueblo donde en invierno nevaba cada dos por tres. El pueblo era tan pequeño que no tenía más que una plaza en medio de las casas. Allí vivía la señora Clara, famosa por su receta de chocolate caliente y por la negativa a compartirla con la gente.
Una mañana, mientras la nieve caía, Roberto y su hermana Carolina miraban por la ventana.
—Otra vez estamos atrapados en casa—, se quejó Carolina. Roberto, mirando los copos de nieve caer.
—Y parece que seguirá nevando todo el día— añadió Carolina
La señora Antonia, al ver a los niños tan aburridos desde su propia ventana, tuvo una maravillosa idea. Fue a la cocina y, usando un rollo de papel de cocina, escribió, en letras grandes:
OS INVITO A CHOCOLATE CALIENTE. AHORA. ¿VENÍS? CORRED LA VOZ.
Los niños, al ver el mensaje, se pusieron muy contentos. Se pusieron los abrigos y, puerta por puerta, fueron a avisando a los demás vecinos.
—¡La señora Antonia nos invita a chocolate caliente, vamos!
En una de estas se asomó el señor Ramírez por la ventana.
—¿Para los ancianos ariscos no hay chocolate o qué? —dijo.
—¡Vamos, señor Ramírez, que véngase usted también! ¡Seguro que la señora Antonia se pone muy contenta de verle!
—Seguro que sí —dijo el señor Ramírez con ironía. No se llevaban muy bien, pero tenía tantas ganas de probar el famoso chocolate de la señora Antonia que dejó sus problemas a un lado, al menos por un rato.
Cuando llegaron a la casa de la señora Antonia se encontraron un hogar acogedor, con fotos antiguas en las paredes y una gran cocina donde todos cabían cómodamente.
—Hoy, vamos a hacer algo más que chocolate caliente—, dijo la señora Antonia—, vamos a compartir historias y risas.Y el que no comparta historias y risas, no tiene chocolate. ¿Entendido, señor Ramírez?
El olor del chocolate, todavía sin hacer, era tan intenso que ni siquiera el señor Ramírez pudo negarse.
Mientras preparaban el chocolate, la señora Antonia les contó historias de su juventud, enseñándoles que cada ingrediente tenía su propia historia.
—Y el ingrediente más importante, el gran secreto de esta receta es—, reveló con una sonrisa—¡una pizca de amor y otra de ilusión!
Roberto y Carolina, que no solían compartir sus juguetes con los demás, comenzaron a entender la importancia de dar y compartir. Incluso el Señor Ramírez, que había estado distante desde la pérdida de su esposa, encontró consuelo en la calidez de aquel lugar..
El chocolate caliente estaba listo, y todos tomaron una taza.
—Nunca he probado algo tan delicioso —dijo Roberto.
—Y lo mejor es compartirlo con todos —añadió Carolina.
Ese día, no solo aprendieron a hacer chocolate caliente, sino también sobre la importancia de compartir, la gratitud y el valor de la comunidad. La señora Antonia, con su simple receta, había logrado unir a los vecinos de una manera muy especial.
Desde entonces, cada tarde que nieva y hay que quedarse en casa, los niños y vecinos de aquel pequeño pueblo se reúnen en la casa de la señora Antonia. La receta de chocolate caliente se convirtió en una tradición querida, pero lo más importante, convirtió a los vecinos en una gran familia unida por la calidez del chocolate y del corazón.