El ratón Beto vivía en una gran ciudad. A Beto le gustaba pasearse por todos lados, las calles, las plazas, las alcantarillas, y le divertía especialmente pasarse de edificio en edificio, haciendo equilibrio sobre los cables que atravesaban de uno a otro. En su rutina diaria, Beto se encargaba de conseguir comida, de explorar la ciudad para descubrir nuevos sitios, de jugar con sus amigos, y por supuesto huir de los peligros.
Claramente, los dos peligros más grandes de un ratón siempre han sido los humanos, y los gatos. Beto generalmente comía restos de comida que encontraba en la ciudad, a veces trozos de pan, galletas, frutas y los días de suerte también queso.
El ratón Beto amaba el queso más que nada, y por ello había memorizado de manera impecable donde quedaba cada tienda de queso de la ciudad, para acudir por las noches y poder comerse los pedacitos que por ser ya muy pequeños para ser vendidos eran desechados.
Sucedió una vez que llegando por la noche a una de las tiendas de queso, Beto vio cómo en la puerta de la misma había una pequeña bolsa que parecía contener un delicioso parmesano, seguramente a algún cliente se le había caído sin notarlo.
Beto se dirigió directo a coger la bolsa, pero vio como frente a él y en dirección también hacia la bolsita, venía otro ratón relamiéndose. El ratón Beto tuvo miedo perder su oportunidad de hacerse del parmesano y corrió con todas sus fuerzas hasta la bolsita. Y lo logró, Beto se quedó con el parmesano.
—Suerte la próxima vez, amigo —le dijo Beto al otro ratón que lo miraba con disgusto.
—Corrí más rápido que nunca antes en mi vida — se dijo a sí mismo Beto mientras se iba a su guarida con su tesoro.
Beto quedó sorprendido de lo rápido que había corrido cuando tuvo miedo de perder el queso. Pensó que nunca podría superar esa velocidad en su vida, pero se equivocó.
A los pocos días, Beto estaba paseando por el tejado de una casa. Era una noche estrellada y al ratón le gustaba contemplarla. De pronto, Beto sintió una respiración ajena muy de cerca. Cuando se giró a mirar, un gato estaba a muy pocos centímetros de él. El ratón corrió rápidamente para poner a salvo su vida, en poco tiempo se alejó muchos metros del gato. Aunque el gato también corría, no pudo alcanzarlo.
Beto fue más veloz y logro escapar por un desagüe. Una vez que recupero el aliento, Beto no entendía como pudo zafarse de esa situación, esa ocasión corrió incluso más rápido que el día en que consiguió su bolsa de parmesano, el ratón creía que no podía correr a mayor velocidad que ese día.
Más tarde, Beto entendió, que cuando hay una situación que trae un gran peligro para nosotros o una consecuencia muy poco favorable, ese miedo puede impulsarnos a sacar lo mejor de nosotros y nuestro mayor potencial para estar en una situación mejor.