Había una vez un pirata tan pequeño que le llamaban PequePirata. En realidad, lo único que tenía de pequeño PequePirata era el tamaño, porque en lo demás no tenía nada que envidiar a ningún otro pirata.
En realidad, PequePirata era un pirata enano. Era bajito, como todos los enanos, pero no por ello era inferior en otras cosas. De hecho, era el pirata más astuto, hábil, inteligente y escurridizo de su época.
El hecho de ser enano no era para PequePirata un problema, sino todo lo contrario. Los que se burlaban de su tamaño no le consideraban capaz de hacer nada digno de un gran pirata, y bajaban la guardia. Y PequePirata aprovechaba la oportunidad para dar un gran golpe y llevarse el botín. Cuando sus víctimas se daban cuenta ya era demasiado tarde.
Un día, al más feroz y temido de los piratas, conocido en el mundo entero como El Bruto, le llegó la noticia de que había un pirata chiquitín que se estaba haciendo con el control de los siete mares.
El Bruto decidió investigar. Fue de puerto en puerto recogiendo información. Debía estar seguro de lo que pasaba antes de enfrentarse a tan curioso rival. Pues no podría seguir siendo el más feroz y temido de los piratas si había otro que le empezaba a hacer sombra, por muy pequeño que este fuera.
Y así llegó el día en que El Bruto y PequePirata se cruzaron. Era un pequeño puerto en el que todo se sabía. En cuanto El Bruto supo de la presencia de PequePirata no dudó un instante en ir a conocerle.
-¿Tu eres el pirata enano, al que todos conocen como PequePirata? -preguntó El Bruto.
-Sí -dijo este-. Y tú eres El Bruto, el que me tiene miedo y por eso va de puerto en puerto interesándose por mí.
Todos los presentes rieron la gracia de PequePirata. Todos menos El Bruto, al que no le gustaba nada que le dejaran en ridículo.
-En otras circunstancias te retaría a un duelo de espadas, pero no quiero que me tachen de abusón -dijo El Bruto.
-Entonces, ¿qué? -dijo PequePirata-. ¿Solucionamos esto jugando a las cartas? ¿O eres más de dados?
Los presentes no podían parar de reir. El Bruto empezó a ponerse rojo de ira. Casi se podía ver salir humo por sus orejas.
-Con tu tamaño te vencería en un periquete -dijo El Bruto-, pero si lo que quieres es eso, saca tu espada y lucha conmigo. El que venza se quedará con el barco, el tesoro y la tripulación del otro.
-Tú lo has querido -dijo PequePirata, sacando una pequeña espada de su cinturón.
El Bruto sintió que sería mucho más fácil de lo que esperaba vencer al enano. Pero con lo que no contaba era con su rapidez ni su agilidad. No era muy grande, no, pero tremendamente rápido.
Y así, en poco más de una docena de estocadas, PequePirata sometió al pirata conocido como El Bruto, el más feroz y temido de todos los piratas.
-¡Maldición! -gritó El Bruto-. ¡Te he subestimado! ¿Cómo lo has hecho?
-
Fácil -dijo PequePirata-. He atacado y vencido en primer lugar tu mejor arma: tu autoestima. Has perdido el control, la ira te ha cegado y lo demás ha sido pan comido.
-Ahora lo mío es tuyo -dijo El Bruto-. ¿Podré al menos entrar a tu servicio?
-Quédate con tu barco y con tu tripulación -dijo PequePirata-. Solo me llevaré tu tesoro.
-Está bien, coge lo que quieras -dijo El Bruto-. Un día nos volveremos a encontrar y….
-¿Buscarás venganza? -preguntó PequePirata.
-No -dijo El Bruto-. Celebraremos nuestro reencuentro. Eres bravo y feroz, ágil y hábil. Y muy inteligente. Me gustará volver a verte.
-Excelente decisión -dijo PequePirata-. Así no perderás tus pertenencias de nuevo.
Todos rieron, incluido El Bruto. Pero no solo por el ingenioso comentario de su rival, sino porque en el fondo sabía que tampoco esa vez iba a perder mucho, pues se había preocupado de dejar lo más valioso de su carga a salvo en otro puerto cercano. Y es que ya se sabe, más vale prevenir que lamentar.