Había una vez una pequeña bruja que no podía dormir. En cuanto se acostaba veía monstruos por todas partes, así que se pasaba la noche en vela, esperando a que el día llegase. Y cuando se hacía de día y, por fin se quedaba dormida, enseguida iban las demás brujas a despertarla para sus lecciones diarias.
Pero la pequeña bruja estaba tan cansada que todo lo hacía mal y, para colmo, se iba quedando dormida por los rincones.
Una mañana, la más anciana de todas las brujas le preguntó a la niña:
—¿Qué te pasa, que no das pie con bola y te duermes en cuanto tienes ocasión?
La pequeña bruja le contó lo que le pasaba por las noches. La anciana entendió lo que pasaba y le dio una solución.
—Hay un estanque en medio del bosque. ¿Lo conoces? —dijo la bruja anciana.
—Sí, el estanque de las hadas —dijo la niña.
—Vete allí y pídeles un remedio para espantar a los monstruos nocturnos —dijo la anciana—. Ellas te ayudarán.
—Pero somos brujas —protestó la niña—. ¿Por qué no hacemos una pócima nosotras mismas?
—Esto no lo podemos arreglar la brujas, pero las hadas sí —dijo la anciana—. Vete, no pierdas tiempo.
La pequeña bruja se puso en marcha. No tardó mucho en llegar al estanque de las hadas. Pero allí no había nadie.
La niña llamó a las hadas, pero ninguna acudió. Estaba pensando en irse, pero estaba tan cansada que decidió echar una cabezadita antes de irse.
No sabía cuánto tiempo había dormido cuando sintió unas caricias en su mejilla.
—Despierta, pequeña bruja, que ya casi es la hora de comer —dijo una voz.
La niña abrió los ojos y vio unas pequeñas luces de colores saltando sobre el agua.
—¿Sois vosotras las hadas del estanque? —preguntó la pequeña bruja.
—¡Sí! —dijeron muchas voces a la vez.
—He venido a pediros que me ayudéis a espantar a los monstruos que vienen a molestarme por la noche —dijo la niña.
—Todas las noches irá una patrulla de hadas del estanque a ayudarte —dijo una de las hadas—. Pero no debes decir nada, para no delatarnos. Y no te preocupes si no nos ves, porque nos esconderemos. Solo tienes que pensar en nosotras y estaremos allí.
—Gracias —dijo la pequeña bruja. Y volvió con las demás.
Esa misma noche la bruja se acostó pensando en las hadas del estanque. No vio a ninguna, pero sabía que estaban allí, porque ningún monstruo acudió a molestarla. Ni esa noche ni ninguna otra a partir de entonces. Así de poderosas son las hadas del estanque.