Había una vez dos hadas que se pasaban el día discutiendo y riñendo. Nunca se ponían de acuerdo en nada y siempre buscaban un motivo para iniciar una discusión. Las riñas duraban desde que se levantaban hasta que se dormían.
Un día, la reina de las hadas decidió que ya era hora de poner fin a la eterna discusión de las dos hadas y les dijo:
-Esto no puede seguir así. Una de vosotras se irá de casa para siempre. La que consiga traerme el Cristal de la Felicidad que se haya oculto en la guarida del trol de la montaña podrá quedarse.
Las dos hadas se pusieron en marcha. El camino era largo y tortuoso, pero cualquier sufrimiento valía la pena con tal de que la otra se fuera.
Tras varios días de camino, las hadas llegaron a la guarida del trol. Pero ninguna se atrevió a entrar. Tenían un miedo atroz. Ninguna de las dos se dio cuenta de que el trol llegaba justo por detrás.
-¡Sois mías! -gritó el trol, mientras las atrapaba y las metía en una jaula especial para hadas.
-Es culpa tuya -dijo un hada.
-No, es culpa tuya -dijo la otra.
-Da igual de quién sea la culpa, monadas -dijo el trol-. Estaréis esta noche en mi puchero.
Aprovechando que el trol salió de la cueva, probablemente a por más ingredientes para su cena, una de las hadas dijo:
-Tenemos que salir de aquí, pero tenemos que hacerlo juntas. Tengo un plan, pero si discutimos no saldrá bien.
-¿Qué tengo que hacer? Prefiero ceder que acabar en ese puchero -dijo la otra hada.
-Hazte la muerta. Yo gritaré y, cuando el trol abra la jaula, le dejas ciego con una patada seca entre los ojos. Tendrás solo medio minuto para coger la llave y abrir mi celda.
-¿Te fías de mí? Podría dejarte ahí sola, coger el cristal y marcharme sin ti.
-Pero no lo harás.
-¿Cómo estás tan segura?
-¿Con quién ibas a discutir entonces?
A pesar de todo, las dos hadas se rieron.
-Además, ¿has visto el tamaño del cristal de la felicidad? Una sola no podría con él. Tenemos que hacerlo juntas o nos desterrarán a los dos.
-Está bien, vamos, sigamos con el plan, que ya llega el trol.
En ese momento entró el trol.
-¡Oh, no! Mi amiga se muere. Se ha desmayado del susto. Te amargará el puchero si no haces algo por ella.
E
l trol fue corriendo a coger al hada, pero esta le dio una patada bien fuerte e hizo lo que acordó con su compañera, cogieron el cristal y se fueron de allí. Juntas llegaron hasta la reina de las hadas.
-Vaya, ¿qué hacemos ahora? -dijo la reina-. Las dos traéis el cristal. Tendré que encomendaros otra misión para desterrar a una de las dos.
-No hace falta -dijo una de las hadas-. Hemos conseguido hacer el camino de vuelta sin discutir.
-¿Cómo lo habéis conseguido? -preguntó la reina.
-Confiando la una en la otra y cediendo una vez cada una -dijo una de las hadas-.
-Y pensando en lo que a la otra le gustaría, para evitar problemas -dijo la otra.
-Enhorabuena, chicas -dijo la reina-. Habéis pasado la prueba. Bienvenidas de nuevo a casa.