Mati estaba paseando con su mamá tranquilamente por la calle. Era un día precioso. Lucía el sol y el aire olía a flores… y a algodón de azúcar.
-Mamá, quiero un algodón de azúcar -dijo Mati a su mamá.
-Ahora no, Mati. Vamos con el tiempo justo -dijo mamá.
Entonces Mati sintió cómo una fuerza feroz salía de dentro sí misma. Un calor abrasante le recorrió el cuerpo. Y entonces....
-¡Quiero un algodón de azúuuuucar! ¡Lo quieroooo!
Mati se puso a gritar y a patalear con todas sus fuerzas. Gritó tanto y pataleó tanto llevada por esa fuerza feroz que empezó a llorar de rabia.
Mamá se paró y esperó a que a Mati se le pasara. Todavía duró un buen rato la pataleta. Pero cuando Mati vio que su madre no le hacía caso paró.
-¿Ya podemos irnos? -preguntó mamá.
-Quiero un algodón de azúcar -insistió Mati con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Sabes que esas no son formas de ponerse cuando te dicen que no, y menos cuando hay una buena razón -dijo mamá.
-Es que siento como si algo me dominara y no puedo pararlo -dijo Mati.
-Vaya, es todo un misterio -dijo mamá.
-Sí, mamá, estas rabietas misteriosas son un incordio. No puedo controlarlas -dijo Mati.
-Debe de ser el monstruo de las rabietas, que te ha cogido cariño -dijo mamá-. Hay que expulsarlo.
-¿Monstruo? ¿Qué monstruo? -preguntó Mati.
-Ese que sacas cuando te pones a gritar y a patalear -respondió mamá.
Mati fue pensando todo el camino en el dichoso monstruo. Ella no había visto ningún monstruo. Entonces, una idea horrible pasó por su cabeza.
-Mamá, ¿soy yo el monstruo? -preguntó Mati.
-No, Mati, tu no eres ningún monstruo, pero hay uno por aquí al que de vez en cuando le gusta enrabietar a los niños. A veces, también a las mamás y a los papás.
-Y, ¿dónde está el monstruo? -preguntó Mati.
-Va por ahí buscando a ver a quién consigue hacer rabiar -dijo mamá.
Mati se quedó muy preocupada. Tenía que encontrar al monstruo antes de que volviera a apoderarse de ella. Tenía muchas ganas de comer un algodón de azúcar, pero si el monstruo volvía a aparecer no lo conseguiría.
Al día siguiente, Mati y su madre volvieron a pasar delante del puesto de algodón de azúcar.
-Mamá, quiero un algodón de azúcar -dijo Mati.
-
A la vuelta lo compramos, que ahora no nos da tiempo -dijo mamá.
Mati volvió a sentir otra vez la misma fuerza feroz que le recorrió el cuerpo el día anterior y el mismo calor que le abrasaba las mejillas.
Menos mal que mamá llegó a tiempo para avisar a Mati.
-¡Mati, cuidado, el monstruo de las rabietas! ¡No dejes que salga! Atrápalo. Respira, coge mucho aire y aguántalo un poquito. Ahora échalo despacito.
-¿Ya se fue el monstruo? -preguntó Mati.
-Parece que de momento sí -dijo mamá-. Te has ganado el algodón de azúcar, pero a la vuelta.
Desde ese día Mati aprendió lo que pasaba cada vez que el monstruo de las rabietas intentaba hacer de las suyas. Pero gracias a mamá también aprendió a librarse de él. ¡Hay que ver que traviesos son estos monstruos de las rabietas!