Todas las tardes, cuando Marta llegaba a casa, dejaba las zapatillas colocadas junto a su cama. Y allí permanecían el resto del día, hasta la mañana siguiente.
Pero un día, cuando Marta fue a calzarse para ir al colegio, vio que las zapatillas no estaban. Marta empezó a buscar sus zapatillas, muy preocupada. En ello estaba cuando se oyó a su madre decir:
-Marta, ¿qué hacen tus zapatillas en el salón?
Marta fue a buscar las zapatillas al salón, muy confundida con lo que había pasado.
-No sé qué hacen aquí mis zapatillas, mamá -dijo Marta-. Yo las dejé ayer donde siempre.
-Pues habrán venido solas entonces -dijo la mamá de Marta.
Marta sospechaba que esa era una trastada de su hermano pequeño, así que fue a regañarlo.
-Pero si yo no he hecho nada -protestó el niño.
-Ya, seguro que no, como dices siempre -dijo Marta-. Como mis zapatillas vuelvan a desaparecer de su sitio vamos a tener tú y yo una conversación muy poco divertida.
Ese día Marta volvió a dejar sus zapatillas donde siempre. Pero a la mañana siguiente las dichosas zapatillas no estaban. Después de mucho buscar Marta las encontró en la cocina.
Marta fue a ver a su hermano, dispuesto a regañarle duramente. Pero su hermano no estaba. Había pasado la noche en casa de un vecino.
Como se hacía tarde, Marta se fue al colegio. Pero no pudo quitarse de la cabeza en todo el día el tema de las zapatillas.
Esa tarde, Marta colocó unos cascabeles atados a los cordones de las zapatillas y escondió estos bajo la lengüeta. Así se despertaría y descubriría a quien estuviera moviendo sus zapatillas.
Eran las tres de la mañana cuando Marta se despertó. Los cascabeles de sus zapatillas tintineaban.
Marta disimuló para ver al gamberro. Pero ¡no había nadie! Sin embargo, sus zapatillas se movían. ¿Sería magia?
A Marta le entró un poco de miedo, pero enseguida se armó de valor. Encendió la luz de su dormitorio y, de un salto salió de la cama. La niña se colocó delante de las zapatillas y gritó:
-¡Alto ahí!
Efectivamente, no había nada ni nadie, solo las zapatillas.
M
arta se agachó para inspeccionarlas cuando, repente, un montón de hormigas salieron huyendo de debajo de las zapatillas.
Marta siguió a las hormigas hasta el hormiguero, que estaba situado en un agujero del salón que daba a la terraza.
-Parece que las nuevas inquilinas tienen hambre -pensó Marta.
Marta migó pan y lo dejó cerca del hormiguero. También colocó otros alimentos a la vista de las hormigas para que pudieran comer. Desde entonces ya nunca más volvieron a desaparecer las zapatillas de Marta.
La niña pidió perdón a su hermano por haber desconfiado de él y le enseñó su pequeño secreto. Ahora los dos cuidan de las hormigas y procuran que no hagan más trastadas porque, si las descubren, puede ser su final.