Elliot era un pichón de halcón que estaba alcanzando la edad de aprender a volar. Elliot adoraba ver desde su nido a las aves cruzar los cielos volando, otros halcones, águilas, gavilanes. Todos parecían volar con mucha destreza y elegancia.
Pero aunque Elliot deseaba volar, retrasaba cada día sus lecciones con una excusa diferente. Un día le decía a su mamá que le dolía su pancita, otro día que estaba muy cansado, y el otro que tenía mucho sueño.
Katherine, la mamá de Elliot respetaba los tiempos de su hijo, pero su instinto le indicaba que había algo más detrás de sus constantes excusas.
Lo que realmente sentía Elliot era que le avergonzaba que las otras aves le vieran aprender a volar. Apenas sabía batir sus alas y daba unos pocos saltitos que lo alejaban unos centímetros del suelo. Elliot se sentía ridículo y no deseaba que las aves que volaban por los cielos tan majestuosamente, vieran semejante espectáculo.
Con su instinto materno, y el paso de los días, Katherine pudo percibir la situación, así que una mañana en vez de levantar a su hijo para tomar sus lecciones de vuelo, hizo algo diferente.
-Elliot, buen día. Despierta que quiero que me acompañes a un sitio.
El pequeño halcón, entre dormido dijo - ¿Qué cosa mama?, ¿a dónde iremos?
-¡Vamos a ver aves volando!
Katherine subió a Elliot a su espalda y volando, lo llevo a un paraje cercano a su hogar. Una vez en el lugar, Katherine y Elliot se pararon sobre una rama.
-Mira Elliot, aquí es donde practican los pichones de águila su vuelo.
Elliot maravillado comenzó a observar a las pequeñas águilas junto a sus padres aprendiendo a volar. Los pichones de águila se tiraban de los árboles y batían tontamente sus alas para terminar estrellándose contra el suelo. Al hacerlo se reían, y seguían intentándolo.
Otros pichones más temerosos daban pequeños saltitos y sacudían sus alitas. Otros corrían a toda velocidad queriendo despegar. Algunos se chocaban con otros, otros caían rodando por una pendiente… Pero luego de varios intentos lograban planear, y con un poquito más de tiempo volar.
Una vez que comenzaban a volar los pichones se sentían tan felices que se olvidaban del dolor de los golpes y de los porrazos. Todos además se divertían mucho en el proceso de aprendizaje. Algunos pajaritos aprendían más rápido que otros, pero todos lo lograban.
Mientras Elliot el pequeño halcón miraba todo el escenario, su expresión se tornaba alegre.
-¿Has visto hijo, como todos los pequeños cometen errores y se ven un poco torpes cuando aprenden?
-
Sí mamá, y parece divertido- dijo Elliot entre entusiasmado y sorprendido por cómo su madre había “leído su mente”.
-Claro que es divertido Elliot, para todas las aves es un recuerdo muy bonito y divertido el cómo aprendimos a volar.
-¿Podemos ir esta tarde a practicar mi vuelo?- preguntó el pequeño halcón.
Así fue como esa misma tarde, después de tantas excusas por miedo a hacer el ridículo, Elliot tomo su primera lección de vuelo con su madre. El pequeño se dio decenas de porrazos, aleteo y aleteo hasta conseguir sus primeros avances.
No pasaron muchos días de la primera lección que Elliot había aprendido ya a volar muy bien, aunque de momento supervisado por su madre. El pequeño halcón disfrutaba mucho de volar y se había divertido muchísimo en las lecciones. Elliot comprendió que no hay nada de malo en fallar cuando se aprende, y que de hecho eso es parte de un proceso muy divertido.