Era una tarde lluviosa. Ese día la familia había planificado un paseo en las afueras de la ciudad, pero por el estado del clima se vieron obligados a cancelar el plan y quedarse en casa. Los niños, Lucía y Francisco, estaban muy decepcionados, ellos habían esperado con ansias ese día, y la lluvia literalmente les había aguado la fiesta. Del disgusto estaban muy malhumorados y se peleaban por todo.
En un momento que estuvieron a punto de golpearse, su madre los interrumpió.
—Lucia, Francisco, veo que no tienen nada que hacer. Así que irán a ordenar el ático.
—Nooo — exclamaron los niños al unísono.
—Y no os quejéis, que si no será también el garage.
Los niños se dirigieron al ático protestando por lo bajo.
—No podía ser peor este día — dijo Lucia.
—Ni lo digas, que mala suerte la nuestra —respondió su hermano.
Lucía y Francisco llegaron al ático y allí su disgusto creció aún más. Una cantidad incontable de cajas formaban una montaña de cosas por acomodar. Los hermanos no sabían por dónde empezar.
Comenzaron a revolver las cajas para ver qué había, y decidir qué ordenar y que poner en las bolsas de reciclaje. Apareció de todo, trofeos viejos, fotos familiares, libros, juguetes y cacharros.
—¡Mira esto! —exclamó Francisco
—¿Qué hay? —preguntó Lucia mientras se acercaba.
Francisco le mostró una cajita que decía "guantes mágicos".
—"Haz todo lo que no puedes hacer con el poder de estos guantes" —leyó Lucia en la caja que su hermano sostenía.
La caja mostraba fotos de niños con los guantes puestos haciendo todo tipo de proezas, deportes, piruetas, dibujos, trucos de magia…de todo.
—¡Pues vamos a probarlos! —dijo Francisco.
Lucía le arrebató la caja de las manos y se puso los guantes primero. La niña asistía a clases de acrobacia y desde hacía un tiempo no lograba caminar sobre sus manos por mucho que practicara.
—Voy primera, caminaré con mis manos con estos guantes.
Lucía se paró sobre sus manos con los guantes puestos. Dio un paso con una mano, luego la otra y así hasta llegar al otro extremo del ático.
—¡Si son mágicos! —dijo Francisco—. ¡Ahora me toca a mí!
El niño estudiaba guitarra y su mayor desafío era tocar cierta canción que él adoraba, pero no lograba dar con las notas. Francisco se puso los guantes, y cogió una guitarra vieja que estaba en el ático. Sopló un poco la tierra y comenzó a tocar. En el segundo intento, el niño pudo tocar la canción a la perfección y completa.
L
os niños, totalmente entusiasmados, no paraban de hablar de los dichosos guantes mágicos. De pronto su mamá entró al ático para llevarles leche y galletas en una bandeja.
—Veo que encontrasteis los guantes mágicos —dijo la mujer—; son un viejo juguete de mi infancia. Fueron muy populares en su momento, son tan solo unos guantes comunes, pero era muy divertido ver todo lo que uno se animaba a hacer con ellos.
—¿Qué no son mágicos de verdad? —preguntó Lucía.
—Claro que no niños. Bebed la leche antes que se enfríe.
Lucía y Francisco se quedaron atónitos. Cuando su mamá se retiró del ático, probaron nuevamente sus habilidades, pero sin los guantes. Lucía pudo caminar con sus manos, y Francisco pudo tocar su canción. Los niños entendieron que la magia que tenían los guantes era darles la confianza en ellos mismos que les estaba faltando.