Ton y Son eran dos hamsters muy traviesos que siempre estaban enredados en algo. En cuanto tenían la oportunidad, Ton y Son se escapaban de la jaula y se ponían a corretear por toda la casa. A Lolo, su dueño, le costaba mucho cazarlos y encerrarlos de nuevo.
Desde su cesto, Enfurruñao, el gato, miraba a los hamsters con gesto cansino. Enfurruñao pocas veces se movía de su sitio. Ton y Son le hacían burla y siempre que podían, cuando se escapaban, iban a molestarle. Sabían que no les haría nada, porque Lolo le tenía bien enseñado.
-Algún día merendaré ratón y no se enterará nadie -les decía Enfurruñao a Ton y a Son. Pero los hamster se reían de él, rechinando de una manera insoportable para el pobre gato.
Un día, Lolo se acercó a los hamsters y les dijo:
-Amiguitos, tengo que contaros algo. Estaré fuera una temporada. Vendrá alguien a cuidaros. No os escapéis, por favor. Si os portáis mal nadie querrá venir a cuidaros. Enfurruñao vigilará para que todo salga bien.
El gato dirigió un gesto malicioso a los hamsters, que empezaron a temblar de miedo.
Cuando Lolo se fue, Enfurruñao bajó de su cesto y se paseó altivo alrededor de la jaula y les dijo a los hamsters:
-Portaos bien, pequeñines. No queremos que nadie salga herido.
Al día siguiente, el hermano de Lolo fue a dar de comer a los hamster y al gato. Los hamsters, que hasta el momento habían estado dormidos, sin recordar las advertencias del día anterior, se escaparon. Pero el hermano de Lolo no se dio cuenta y cerró la jaula, sin comprobar si los hamsters estaban allí.
Enfurruñao sí que se dio cuenta, y se fue en busca de los hamsters. Pero los animalillos no aparecían. En plena búsqueda estaba cuando llegó el hermano le Lolo, que había recordado no haber visto a los hamsters antes de salir. Al no encontrarlos y ver al gato de paseo, le dijo:
-¿Qué has hecho? Cuando venga Lolo te va a caer una buena. ¡Qué disgusto! Te vas a quedar castigado sin comer hasta que él vuelva.
E
nfurruñao se quedó muy triste. ¿Dónde estarían Ton y Son? Tenía que encontrarlos y devolverlos a su jaula antes de que llegara Lolo. ¿Y si les pasaba algo?
-Seguro que se han escondido por mi culpa -pensó Enfurruñao, que se sentía culpable.
El gato se paseó por toda la casa, abrió todos los armarios, revolvió todos los cajones y vació todas las cajas. Pero de los hamsters, ni rastro. Dos días llevaba buscándolos cuando escuchó un chillido tras una puerta.
Enfurruñao acercó una silla, se subió y, de un salto, se encaramó a la manilla para abrir la puerta. Ton y Son salieron corriendo como alma que lleva el diablo. Pero cuando llegaron a la jaula vieron que estaba cerrada.
-No tenemos por dónde entrar. ¡Estamos perdidos! -dijo Ton.
Enfurrañao se paseó por delante de los atemorizados ratones, se encaramó a la jaula y se la abrió.
-Meteos dentro -dijo el gato.
Enfurruñao cerró la tapa y les dijo:
-Y ahí quitecitos. No quiero más problemas.
En ese momento entraba Lolo por la puerta.
-¿Qué has hecho, Enfurruñao? ¡Mis pobres hamsters! ¿Qué voy a hacer ahora sin Ton ni Son? Lo que tienen que haber sufrido escapando de ti, gato malvado. ¡Mira qué revuelto está todo! Un momento… ¡Estáis ahí! ¡Ratoncitos míos, estáis sanos y salvos!
Lolo no entendía lo que pasaba, pero estaba tan contento que no se preocupó por descubrirlo. Les dio a todos de comer y se fue a descansar.
-Todo este tiempo has sabido cómo abrir la jaula -dijo Ton-. Podrías habernos merendado cuando quisieras.
-Ya, bueno, es que no me gusta la comida con pelo -dijo Enfurruñao.
-Si nos abres la jaula cuando Lolo no esté prometemos meternos a tiempo y no volver a molestarte -dijo Son.
-Me parece un buen trato -dijo Enfurruñao.
Y ahí quedó la cosa.