Había una vez unos ladrones a los que siempre pillaba la policía. Aunque cada uno iba por su cuenta tenían algo en común: era tan fácil pillarlos que nadie entendía qué pasaba. Además, mientras estaban presos se pasaban el día hablando, entre ellos, con los agentes que estaban allí y con cualquiera que pasara cerca. Daba igual lo lejos que estuvieran unas celdas de otras, porque aunque fuera a voces los ladrones hablaban un montón.
El caso es que, como robaban cosas de poco valor y normalmente los dueños podían recuperar sus pertenencias, al poco tiempo los ladrones estaban en la calle otra vez. Pero al poco volvían con lo mismo.
Aunque pillar a estos ladrones fuera tarea sencilla, los policías empezaron a sospechar que algo más ocurría. Era como si los ladrones se dejaran coger. Además, cada vez robaban cosas más simples, de menos valor o, al menos, de menor utilidad para ellos. ¿Querían llamar la atención? ¿Querían despistarlos y dar un gran golpe? ¿O es que pretendían mantener a la policía distraída y ocupada mientras otro grupo robaba algo más serio?
El capitán de policía decidió que ya era hora de averiguar qué es lo que realmente ocurría. Así que trazó un plan. Mantendría a los ladrones en sus celdas más tiempo del habitual y observaría en secreto lo que ocurría. Tal vez los ladrones hablaran de sus planes cuando no hubiera nadie.
Los pondría en una misma celda para que se sintieran más cómodos y pondría micrófonos ocultos para oír hasta el más mínimo susurro.
El capitán informó a todos los agentes del plan para que estuvieran atentos. A todos les pareció bien. No pasó mucho hasta que todos los ladrones estuvieron en la celda.
A los ladrones parece que les gustó mucho la idea de estar juntos, porque se dieron unos abrazos tremendos. Se pasaban el día charlando. Parecía que estaban contentos. El capitán no se lo podía creer. Sus conversaciones eran de lo más normal. Nada de planes, nada de estrategias, nada de trucos…
El capitán decidió soltarlos. Pero en menos de 24 horas estaban de nuevo todos allí, dispuestos de hablar y a conversar como un grupo de amigos que lleva tiempo sin verse.
Después de meditarlo mucho, el capitán tuvo una idea. Y sin más, fue a hablar con los ladrones y les dijo:
-Señores, parece que ustedes se han creído que estos calabozos son una residencia en la comer y dormir gratis, además de un centro social. ¿Es que no tienen ustedes su propia familia?
Resultó que no, que ninguno de ellos tenía familia ni amigos. Vivían en casa viejas y apenas les llegaba para comer y calentar la casa.
Cuando el capitán descubrió lo que realmente pasaba decidió echarles una mano. Les buscó un lugar donde pudieran estar todos juntos y les ayudó a encontrar un modo de ganarse la vida, colaborando unos con otros.
Desde entonces aquellos hombres dejaron de ser ladrones, y también dejaron de estar solos. Ahora viven felices, formando una extraña y peculiar familia, pero una familia al fin y al cabo.