Lupo era un sapo muy especial que vivía en una charca con sus padres y sus hermanos pequeños. Le encantaba jugar entre los juncos y saltar al agua. Lo que pasaba es que estaba un poco celoso porque pensaba que sus padres hacían más caso a sus hermanos pequeños.
A él le pedían que cazase sus propias moscas para comer y que fuese al bosque a buscar hojas con las que taparse por las noches. Pero a sus hermanas todo eso se lo daban hecho, las moscas listas para comer y las hojas mulliditas preparadas para protegerse del frío. Cansado de todo aquello, Lupo se fue a ver a un mago y le pidió que volviese a convertirle en un sapo bebé para que sus padres hiciesen todas esas cosas por él.
Lo que pasó fue que, de vuelta a charca, sus padres no le reconocieron y se pusieron muy triste pensando que su hijo Lupo había desaparecido. Decidió entonces volver al mago y decirle que quería volver a ser como antes.
El mago le dijo que le ayudaría, pero que debía entender que era normal que sus padres prestasen más atención a sus hermanos pequeños. Que cuando él era como ellos también cuidaban de él, le daban de comer y le arropaban por la noche. El mago le hizo entender que sus hermanos no sabían hacer esas cosas solos y que por eso necesitaban la ayuda de un adulto.
-También la de su hermano mayor, recuérdalo, Lupo.
Le expl
icó, además, que el hecho de que sus padres le pidiesen que hiciera todas esas cosas solo no significaba nada malo, sino que confiaban en él y que sabían que se estaba convirtiendo en un sapo adulto y responsable. Que si le pedían que fuese a cazar moscas o a buscar hojas sabían que no haría nada peligroso y que volvería sano y salvo a la charca. Lupo entendió todo aquello perfectamente y desde entonces nunca más tuvo celos de sus hermanos.