Mateo tenía unos vecinos muy cochinos. Cada poco, tiraban todo tipo de cosas por la ventana, dejaban las bolsas de basura en el rellano o fumaban en el ascensor dejando toda la ceniza y las colillas esparcidas. Él era un niño, pero sabía que esas cosas no se podían hacer. Ya habían recibido muchas críticas, pero seguían con la misma actitud. Además, casi todos los días ponían la música muy alta y daban saltos en el parqué sin dejar descansar a los vecinos. Los papás de Mateo se encontraban muy enfadados.
Un día, uno de los vecinos presentó una queja formal y los vecinos molestos fueron advertidos de que debían dejar su actitud por el bien de la convivencia en el edificio.
Durante los primeros días pareció que las cosas habían cambiado, pero cuando llegó el fin de semana, todo volvió a ser lo mismo de siempre. Un vecino se encontró mondas de mandarina en el alféizar de su ventana.
No tenía ninguna duda de que los responsables eran los vecinos de siempre, así que fue a llamarles al timbre. En vez de abrirle, le gritaron desde el otro lado de la puerta diciendo que les dejase en paz, que en su casa iban a hacer lo que les diese la gana.
El vecino, sin ver otra alternativa, optó por recoger esas mondas y dejarlas en el felpudo de los maleducados vecinos. Otro vecino reaccionó a la música a todo volumen poniendo la suya aún más alta y otro a la basura en el rellano dejando la suya en la zona de los buzones.
Pronto se dieron cuenta de que así no iban a conseguir nada. Que la comunidad de vecinos tenía un serio problema de convivencia y que por ese camino no iban a ponerle solución. Mateo no quería enfadarse con sus vecinos pues le gustaba cuando todos se saludaban en el parqué y se saludaban en el portal.
Lo que se decidió por lo tanto fue contratar a un especialista en resolver este tipo de conflictos. Citó a todos los vecinos a una reunión. Sentados en sillas en círculo, cada uno fue exponiendo sus inquietudes y malestares. Como era de esperar, todos los vecinos se quejaron de los del piso que era tan molesto. Allí vivía un padre y su hijo adolescente. Ambos escucharon, sorprendentemente atentos, los relatos de los vecinos.
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no explicó que trabajaba a turnos y que necesitaba dormir por el día, cuando más alta estaba la música. Otro comentó que su perro se había comido varias veces la basura que dejaban en el rellano y que el animal se había puesto enfermo. Otro recordó un día que su hijo pequeño se había llevado a la boca una de las colillas que aparecían en el suelo del ascensor.
Escuchando de primera mano todas esas quejas, parece que los vecinos molestos se sintieron algo culpables. Les había hecho falta conocer personalmente a sus vecinos para darse cuenta del daño que hacían sus acciones. Al día siguiente, todo empezó a mejorar. Incluso se hicieron amigos unos de otros y, como había un bajo vacío en el edificio, organizaban fiestas cada cierto tiempo.