Hace muchos años, cuando aun existían los romanos, había tres tipos de personas. Por un lado estaban los patricios, que eran ricos y mandaban en todo. Después estaban los plebeyos, que eran la mayor parte de la población, y podían trabajar y tener sus propias casas o cultivos. Por último, estaban los esclavos, que pertenecían a sus dueños y no tenían ningún derecho.
Marco y Lucio eran dos niños, hijos de patricios, que tenían un montón de esclavos que debían hacer todo lo que se les pedía.
-¡Limpiad toda la casa y arreglad todo el jardín! ¡Y después, dad de comer a los caballos! -les decían los padres de Marco y Lucio a sus esclavos.
Un día, Marco y Lucio preguntaron a sus padres si podían jugar con los hijos de los esclavos.
-¡No! ¡No habléis con ellos! ¡Los esclavos no juegan, los esclavos trabajan, aunque sean niños! -contestó el padre muy enfadado.
Marco y Lucio hicieron caso a su padre y se fueron a dar un paseo.
-¡Mira qué puente más grande están construyendo! -dijo Marco.
-¡Sí! ¡Es gigante! ¡Mira cuánta gente está trabajando! -contestó Lucio.
Los dos se quedaron embobados al ver aquella construcción y, de repente, Lucio cayó a un agujero muy hondo.
-¡Ayuda! – gritó.
-Lucio, ¿estás bien? -le preguntó Marco.
-¡Me he hecho daño!¡Pide ayuda! -gritó Lucio, mientras lloraba de dolor.
Marco salió corriendo y fue a buscar ayuda al puente. Cuando llegó, dos niños lo vieron muy angustiado y le preguntaron:
-¿Qué te pasa? ¿Podemos ayudarte?
Marco se quedó mudo, porque esos dos niños eran los dos niños esclavos de su casa y Marco recordó lo que su padre le había dicho, pero al final terminó contándoles lo ocurrido.
Los niños esclavos y sus padres fueron a sacar a Lucio de allí rápidamente y se esforzaron un montón hasta conseguir salvarlo.
-¡Menos mal que me habéis salvado! -dijo Lucio a los esclavos, muy agradecido.
Marco y Lucio volvieron a casa a contar lo que había pasado y su padre se enfadó mucho porque se habían relacionado con los esclavos.
-Papá, esos esclavos son muy buenos y me han ayudado -explicó Lucio.
Finalmente, el padre se dio cuenta de que esos esclavos se habían portado muy bien y decidió hacer algo maravilloso: les concedió la libertad y les regaló un campo. Desde ese momento, dejaron de ser esclavos para ser una familia plebeya con su propia casa y su propio campo para cultivar.