Patososo vivía en un estanque con unos gansos. Patososo era el único pato, y todos sus vecinos gansos se metían con él.
—Deberías irte con los tuyos, aquí no pintas nada —le decía Granganso, el jefe, todos los días.
Patososo se iría encantado, pero no sabía dónde había más patos como él.
Como no había manera de librarse de Patososo, los gansos lo ignoraban, por orden Granganso. Aunque había uno, Gansolope, que disfrutaba mucho metiéndose con él.
Patososo tenía mucho miedo de Gansolope, así que procuraba esconderse cuando lo veía.
A pesar de todo, Patososo intentaba llevarse bien con sus vecinos. Les llevaba comida, les espantaba los bichos e incluso cantaba canciones de cuna a los gansitos recién nacidos para que no llorasen.
Pero nada. A Patososo no le hacía caso nadie.
Un día, Patososo vio un gran halcón que volaba en círculos alrededor del estanque.
—Amigos gansos, tenéis que esconderos y coger a los bebés antes de que el halcón baje a por vosotros —exclamó Patososo.
—Nosotros no somos tus amigos, Patososo, así que déjate de tonterías —dijo Granganso.
—Que es verdad —insistió Patososo.
Como nadie le hacía caso, Patososo decidió asustar al halcón por su cuenta.
Primero pensó en agitar las alas para que fuera a por él.
Pronto cambió de idea: no le apetecía ser la merienda del ganso.
Luego pensó que podría salir volando para que el halcón le persiguiera.
Tampoco parecía una buena idea: acabaría siendo la cena del halcón.
De pronto, Patososo vio que el halcón se lanzaba contra el estanque. Iba directo a coger a Gansolope.
—¡Oh, no! —gritó Patososo.
Miró a los lados, buscando dónde meterse.
Vio un arbusto y tuvo una idea: se metió dentro y empezó a agitar las alas.
Con el movimiento, el arbusto empezó a moverse y a hacer mucho ruido, justo cuando el halcón estaba llegando. Este se asustó muchísimo y se marchó por donde había venido,
Cuando los gansos vieron que Patososo había salvado a uno de los suyos, fueron a darle las gracias.
—A partir de ahora, eres uno de los nuestros —dijo Granganso.
—Y yo seré tu mejor amigo y cuidaré de ti, pequeñajo —dijo Gansolope, abrazando a su salvador.
Así fue como Patososo se ganó un sitio de honor en el estanque: nada menos que cuidador de gansitos.