Había una vez una niña de ocho años llamada Pepita, a la que lo que más le gustaba del mundo era ir al parque de atracciones con su muñeca Isa cogida de la mano.
Pepita le enseñaba a su muñeca la multitud de atracciones y le decía a todo el mundo que era su muñeca quien escogía dónde debían montar las dos. El resto de los niños ser reía de ella pero a Pepita le daba igual. Ella aparecía en todas las fotos sonriente cogiendo del brazo a su muñeca.
Cuando llegó el día de su cumpleaños, sus padres le dijeron que podía invitar a los niños de su colegio a ir al parque de atracciones. Pepita empezó a dar saltos de alegría entusiasmada.
- ¡Será el mejor cumpleaños del mundo!- pensó.
Pero cuando llegó al colegio tuvo miedo de invitar a toda la clase y que no fuera nadie ya que ella no tenía muchos amigos pues se pasaba los recreos jugando con su muñeca sola en un rincón. Pero finalmente algunos niños le dijeron que si irían a su cumpleaños.
El gran día llegó y Pepita se puso su vestido favorito y eligió para Isa el más bonito de entre todos los que tenía.
Nada más llegar al parque de atracciones los niños empezaron a correr de un lado a otro para tratar de montarse en todas las atracciones posibles. Pepita los seguía con Isa cogida muy fuerte de su mano, pues no quería perderla.
Al cabo de un rato yendo de un lado a otro del parque de atracciones Pepita se dio cuenta de que algo había ocurrido…
- Un momento, ¿dónde está Isa? -preguntó en voz alta-
- No sé… la última vez que la he visto la llevabas cogida de tu mano. Creo que ha sido cuando estábamos subidos en la noria - contestó una de las niñas del cumpleaños-
- ¡Tengo que recuperarla!
Pepita fue corriendo hasta la noria, pero allí no estaba su muñeca. La buscó con ayuda del resto de los niños del cumpleaños por todo el parque, pero ni rastro. La pequeña Isa no aparecía por ninguna parte. Pepita estaba tan triste que ya no tenía ganas de montar en nada.
-
¡Venga Pepita anímate! Lo estábamos pasando muy bien y además no consigues nada poniéndote triste. - dijo uno de los niños para intentar animarla.
Pepita hizo un esfuerzo por no estar tan triste y a medida que fueron pasando las horas se dio cuenta de que cuanto más tiempo pasaba al lado de sus amigos de clase, mejor se lo pasaba. A diferencia de su muñeca, ellos sí le contestaban a sus preguntas, le animaban a montar en atracciones que le daban miedo y se preocupaban porque se lo pasara bien.
Al llegar a casa se lo había pasado tan bien en el parque de atracciones que pensó que quizá llegaba la hora de confiar más en los otros niños y no solo en los juguetes que tanto le habían acompañado durante su infancia.