Era un precioso día de otoño. Pepito paseaba por el parque, como todas las tardes. A Pepito le encantaba oír el canto de los pájaros y ver el movimiento de las hojas en los árboles. A Pepito también le gustaba acercarse al estanque a ver a los patos y darles de comer migas de pan.
Ese día Pepito encontró en el suelo algo muy especial: una lupa. Pepito cogió la lupa y la examinó. Era grande, muy grande, y estaba como nueva.
-¿Es de alguien esta lupa? -dijo Pepito en voz alta.
Pero nadie respondió.
Pepito no sabía qué hacer con la lupa, así que fue a buscar a su mamá, que estaba por allí paseando con su hermano pequeño.
-Mira, máma, he encontrado esta lupa en el suelo -dijo Pepito.
-¿Has preguntado a ver de quién es? -dijo su mamá.
-Sí, pero la gente que estaba por allí no sabía nada -dijo Pepito-. ¿Me la puedo quedar?
-Tengo una idea -dijo mamá-. Si cuando nos vayamos no has encontrado al dueño de la lupa podrás quedártela.
-Pero, ¿cómo voy a encontrar al dueño de la lupa? -preguntó Pepito.
-Investigando, como los buenos detectives -dijo mamá-. Busca pistas con la lupa.
-¡Qué buena idea! -dijo Pepito.
Pepito volvió al lugar dónde había encontrado la lupa y empezó a buscar pistas. Pepito buscó huellas, manchas y cualquier cosa que se pareciera a un rastro.
Después de estar buscando un rato, Pepito descubrió unas huellas muy curiosas. Eran huellas de pato. Pepito las conocía bien.
-Vaya, vaya, huellas de pato -pensó Pepito-. ¿Tendrán algo que ver con la lupa? No puede ser casualidad que rodeen el lugar donde encontré la lupa. Y esas huellas de zapatos que hay al lado también parecen sospechosas.
Pepito decidió seguir su intuición y ver hacia dónde llegaban las huellas misteriosas. Si no daba resultado siempre podía volver a empezar.
Tras dar varias vueltas alrededor del lugar, Pepito encontró un rastro que iba en zigzag y volvía varias veces hacia atrás. Así estuvo un rato hasta que llegó al estanque de los patos.
Pepito iba agachado con su lupa mirando el suelo cuando se topó con los zapatos de las huellas. Pepito siguió mirando hacia arriba y se encontró con unos pantalones, una gabardina, la cara de un señor que lo miraba con curiosidad y un sombrero.
-¿Puedo ayudarte? -dijo el señor.
-Uy, perdone -dijo Pepito-. Seguía una huellas y me he topado con usted. Al que no veo es al pato.
-¡Ay, pato travieso! -dijo el señor-. Lo busqué por todo el parque cuando se escapó del estanque. Fui con mi lupa siguiendo sus huellas. Cuando lo encontré fue difícil cogerle. Incluso perdí la lupa.
-Yo encontré esta en un lugar lleno de huellas de pato -dijo Pepito-. Seguro que es la suya. Tome, se la devuelvo.
-Muchas gracias, pequeño -dijo el señor.
-De nada -dijo Pepito-. Ha sido un placer.
Pepito volvió con su madre.
-Mamá, ya encontré al dueño de la lupa. Se ha puesto muy contento cuando se la he devuelto.
-¡Eh, muchacho, espera! -se oyó gritar a lo lejos al señor.
-¿Le pasa algo? -preguntó Pepito.
-Quiero regalarte la lupa -dijo el señor-. Has demostrado ser buen investigador y buena persona cuando me la has devuelto.
-Gracias -dijo Pepito.
Ese día Pepito encontró un nuevo entretenimiento en el parque gracias a su nueva lupa: encontrar cosas perdidas y devolvérselas a sus dueños.