Bea y Luis eran dos hermanos que disfrutaban mucho jugando juntos. Ella tenía 10 años y él siete. Todos los viernes sus papás podían coincidir en casa y decidían bajar con los niños a jugar al parque. Se iban los cuatro a la calle, los hermanos con sus bicis y sus balones para jugar con el resto de los niños.
Cuando el sol se iba del cielo, los papás iban a otra zona del barrio donde había una terraza, mientras los papás se tomaban un refresco los niños jugaban con el resto de niños del vecindario. Aquí era cuando empezaban los conflictos.
Al lado de la terraza había una tienda de chuches y chocolates. Cada vez que Luis miraba el escaparate no se podía controlar. Miraba con deseo las tartas de gominolas que tenían presentadas. Deseaba con ganas comer gominolas, las que tenían forma de plátano eran sus favoritas. A Bea también le gustaban los caramelos, pero entendía que ya habían merendado y que sus padres, como todos los viernes, no les darían dinero para chuches o les daría dinero para unas pocas y repartirlas entre los dos.
Luis era muy insistente y no solía escuchar a Bea, se acercaba a la mesa donde estaban sentados sus padres y les decía:
-Papá, ¡quiero caramelos! Es viernes. Ya hice todos los deberes. Todos los niños tienen.
-A ver cariño, merendaste un bocadillo y comiste algo de chocolate en casa. Si hay chocolate no hay caramelos. Es mucho dulce. Disfruta de jugar.
-¡Noooooo! -gritaba Luis con frustración-. No es justo. Bea dilo tú, ¡Queremos caramelos!
Ante la negativa de los padres Luis lanzaba su balón lo más alto que su corta edad le permitía.
-No entiendo por qué no puedo comer chuches como los demás.
Al final los dos hermanos no siguieron jugando y al poco se fueron del parque al estar Luis así.
Al viernes siguiente volvió a suceder lo mismo. Luis insistió a sus padres para tener unos cuantos caramelos. Esta vez mamá le dijo:
-Hoy no has comido chocolate. Te voy a dar unas monedas y compráis algo para los dos
-Bea entró en el kiosco con Luis y compraron sus caramelos. Pero para Luis no fue suficiente. Volvió a la mesa y siguió pidiendo porque le parecía poco.
-Luis se acabó. No hay más caramelos. El azúcar no es bueno para los dientes y tampoco para el estómago. Además, luego no cenas.
Luis se fue llorando y un niño se acercó y le dijo:
-Toma Luis, no quiero mis gominolas -le tendió una bolsa con caramelos y otras chuches.
Luis las cogió y antes de que Bea llegara a su lado se puso a comerlas. Cuando acabó siguió jugando tranquilamente.
Cuando llegó la noche. Algo pasó. Un dolor terrible le despertó en la cama. Luis se levantó llorando y llamó a sus padres. Cuando indicó donde estaba su dolor señaló un diente.
-Luis, este dolor es porque hay un diente malito por no cuidarlo y comer azúcar. Tenemos que ir al dentista.
Cuando el dentista cuidó su diente y ya no tuvo dolores Luis entendió que no podía comer muchos caramelos cuando quisiera.