Román vivía con su familia en una casa muy cerca de la playa. Cada fin de semana se acercaba con sus primos y su tío, que era un gran experto de este deporte, a bucear. Le encantaba ir descubriendo los tesoros del fondo del mar.
En su habitación guardaba todo lo que iba encontrando. En la estantería, tenía una estrella de mar disecada, una caracola y una botella con conchas brillantes de almejas y demás moluscos.
Estaba convencido, aunque todo el mundo le decía que era imposible, de que los peces le hablaban cuando se cruzaban con él en el agua. Un día, mientras se estaba cambiando en la arena, vio cómo salía un llamativo pez de entre unas rocas. Nadie más lo vió porque su tío y sus primos aún estaban buceando en el agua. La verdad es que, en cuanto el pececillo vio a Román, volvió al agua muy asustado.
- No tengas miedo, no te voy a hacer daño - le dijo el niño.
- Eso decís todos, seguro que quieres pescarme y meterme en una pecera.Luego te cansarás de mí y me abandonarás.
El pequeño pez le explicó a Román que su antiguo dueño le había comprado en una tienda de animales hacía dos navidades. Era un regalo para su hijo pequeño. Al principio todo fue genial. Le cambiaba el agua todas las semanas, le daba de comer la cantidad adecuada, le colocaba juguetes en la pecera para que se entretuviese…. Lo que pasa es que, pasados dos meses, todo empezó a torcerse. El niño dejó de cambiarle el agua cuando correspondía y esta se volvió verde y maloliente. De hecho, el pez se puso enfermo hasta que la madre del niño se dio cuenta y le puso agua limpia en la pecera.
Además, había días que no le daba de comer. Como ya estaba acostumbrado, el pececillo se guardaba algo del día anterior para esos días. Al final, acompañado de unos amigos que no trataron de impedírselo, el niño abandonó al pez en un estanque del parque.
Un día, el ayuntamiento decidió que había demasiados peces y se llevó a varios al mar. Fue ahí donde, esa mañana de buceo, Román se encontró con él. Aunque era un pez de agua dulce, se había adaptado bien a vivir en el mar. Así que, aunque supo que el niño le cuidaría bien y nunca le abandonaría, decidió quedarse ahí porque ya se había acostumbrado a vivir libre.