En el pueblo vivía un perro que se llamaba Moti. Él no tenía dueños. Dormía en las calles y todo el pueblo lo cuidaba. Un vecino que se daba maña con las herramientas le había construido una caseta de madera para que no tuviera frío en invierno, ni se mojase con la lluvia. Una señora se encargaba de asearle la caseta a diario y cambiar cada poco su mantita. Los niños del pueblo se turnaban para darle comida y agua. Todos adoraban a Moti, y él también demostraba su cariño a los vecinos del pueblo.
Moti acompañaba a los niños a la salida de la escuela, se echaba a descansar bajo un árbol con los ancianos que allí se reunían, y se paseaba por las tiendas para recibir algunas caricias. Una tarde tuvo lugar un acontecimiento desafortunado. Un automóvil que pasaba por el pueblo atropelló a Moti. El conductor huyó del sitio, pero afortunadamente, Adrián, uno de los vecinos, vio la situación y corrió a ayudar a Moti. El hombre tomó al perro en sus brazos y lo llevó al veterinario que estaba muy cerca de allí, como todo en ese pueblo.
—Has tenido suerte Moti, podría haber sido mucho peor —comentó el profesional después de examinar al perro.
—Me temo que Moti precisará una cirugía para que su pata vuelva a funcionar con normalidad.
—Haremos lo que sea necesario para que Moti se ponga bien —respondió el hombre.
Ese día, Moti quedó a cuidados del veterinario, que al día siguiente practicaría la intervención quirúrgica. El hombre que lo llevó en sus brazos al doctor regreso a su casa y se sentó a conversar con su mujer.
—Pobre Moti, qué bueno que no paso nada peor con él —comentó.
—Sí, él es muy importante para todos nosotros en el pueblo.
— Pero me preocupa la cirugía. Es muy costosa
—Lo sé Adrián, pero tranquilo. Podemos usar nuestros ahorros, además los vecinos estarán más que dispuestos a contribuir con eso.
—Es cierto, pero de todas formas es una suma muy grande. Realmente me preocupa.
Lo que ellos no sabían es que en la puerta de la cocina, en donde conversaron, estaba su hija, y ella lo había oído todo. Al día siguiente, al finalizar la escuela, la niña reunió a varios de sus compañeros para hablarles.
—Chicos, necesitamos ayudar a Moti, su cirugía cuesta mucho dinero. Debemos hacer algo.
—-Moti es nuestro mejor amigo, claro que debemos ayudarlo —comentó un niño.
—Tal vez podamos organizarnos y vender jugos de fruta en el cruce del pueblo, allí pasan cientos de viajeros a diario.
—Es una genial idea —dijo otra niña—. El pueblo está lleno de árboles, y las frutas son gratis para nosotros. La idea es excelente.
— Mi mamá tiene muchísimos vasitos y botellas que ya no usa de su negocio. Podemos utilizarlas —agregó un niño del grupo.
—A mí me encanta dibujar, me encargo de los carteles —dijo otra de las pequeñas.
E
n poco tiempo los niños lograron ponerse de acuerdo y organizarse. Al día siguiente se reunieron para alistar todo y luego salir a vender el fin de semana, que ya estaba muy cerca. Por supuesto, antes le comentaron la idea a sus padres, los cuales los apoyaron rotundamente.
Todo fue muy bien el día del comienzo de las ventas, algunos niños se habían encargado de preparar los jugos. Otros los envasaban. Los más extrovertidos detenían a los coches con carteles que decían “un brindis por Moti”.
En los dos días que duró el fin de semana los niños lograron reunir el dinero de la cirugía de Moti, de sus medicinas y mucho más también. Moti pudo recuperarse con mucho éxito, y después de su recuperación, el hombre que lo rescato el día del accidente, junto a su esposa, decidieron adoptarlo. Su hija estuvo más que feliz con la noticia. A partir de esa vez, los niños del pueblo siguieron haciendo una vez por mes la venta de jugos, para donar las ganancias a distintos lugares y fundaciones que lo necesitaran.