Había una vez una ciudad en la que solo vivían perros y gatos. Durante generaciones, los perros había habitado en una zona y los gatos, en otra diferente, sin conflictos ni problemas. Pero la población de perros empezó a crecer, y la de gatos también. Y como cada vez eran más, apenas había sitio para todos.
—Tenemos que expandirnos —dijo el líder de los perros—. Propongo echar a los gatos y quedarnos con su territorio. Somos más grandes y feroces, así que no nos costará mucho trabajo conseguirlo.
Todos los perros estuvieron de acuerdo. Así fue como empezó la guerra.
Los gatos luchaban con fiereza, pero los perros siempre ganaban.
Un día, uno de los gatos les dijo a los demás:
—Creo que el problema es que los perros están mejor organizados que nosotros. Ellos tienen un líder y un montón de perros mandones que les dicen a los demás lo que tienen que hacer. ¡Nosotros también tendríamos que tener jefes que nos dirijan! Seguro que así nos tendrían más miedo y ganaríamos esta guerra.
A los demás gatos les pareció un buen argumento. Uno de ellos dijo:
—Habrá que elegir a los jefes, ¿no?
—No tenemos tiempo para eso —dijo otro gato—. Que manden los más fuertes y los más listos.
Los gatos empezaron a discutir para ver quién era más listo y más fuerte. Y así se pasaron días, sin darse cuenta de que los perros avanzaban y ganaban territorio, porque no había gatos defendiéndolo.
Cuando se quisieron dar cuenta, los gatos estaban sitiados, encerrados en un edificio, rodeados de perros.
—Yo lideraré este grupo, y que no se hable más —dijo un gato.
Y sin más eligió a los que consideraba más fuertes y les dijo:
—Nos disfrazaremos de leones. Seguro que nada más vernos se asustan.
Y eso hicieron. Pero en vez de salir los primeros, mandaron a los demás que fueran delante, para cansar a los perros y que así fuera más fácil engañarles.
Pero los gatos, a ver lo que había, treparon a los tejados y salieron huyendo. Solo quedaron los gatos disfrazados de leones. Cuando los perros los vieron se echaron a reír de lo ridículo que estaban.
—Mejor iros ahora con vuestros compañeros y no os haremos daños —dijo el jefe de los perros.
Los gatos se quitaron sus disfraces y huyeron de allí, en busca de los demás gatos. Los encontraron en una ciudad abandonada no muy lejos de allí.
—Abrid paso a vuestros líderes —dijeron.
—De eso nada —dijeron los demás gatos—. Ya habéis demostrado lo poco que valéis como jefes. A partir de ahora, elegiremos a nuestros líderes, o no habrá ninguno.
El día que se organicen, tal vez, consigan recuperar su antiguo hogar o, al menos, convertir el que tienen ahora en un lugar un poco más acogedor.