El marciano Marcial pilotaba su nave nueva. Él mismo la había construido, y estaba probándola. Era la nave espacial más alucinante que existía hasta el momento.
Estaba tan emocionado al ver lo bien que funcionaba que se alejó de su planeta, rumbo a la Tierra.
—Ya que estoy tan cerca podría acercarme a ver el planeta azul, que es muy bonito —dijo el marciano Marcial.
Justo en ese momento, un ruido horrible empezó a salir de los altavoces, acompañado de luces rojas por todas partes.
—¿Qué pasa aquí? —dijo el marciano Marcial.
El marciano Marcial revisión todos los paneles, todos los controles, pero no sabía qué pasaba.
—¿Dónde está el manual de averías? —dijo Marcial. Pero enseguida se dio cuenta de que no le había dado tiempo a escribirlo. No sabía qué hacer.
Miró hacia el espacio exterior y vio una enorme bola blanca y rocosa.
—Eso debe ser la Luna. Aterrizaré allí, a ver si los habitantes de ese pequeño satélite me echan una mano.
El marciano Marcial aterrizó y bajó de su nave. Pero allí no había nadie.
—No seáis vergonzoso, no tengáis miedo, que soy muy majo y vengo en son de paz —gritó el marciano Marcial.
Pero nada, allí no salía nadie.
Al marciano Marcial le costó varios días darse cuenta de que en la Luna no vivía nadie. Estaba ya a punto de rendirse cuando, de pronto, vio algo bajar del cielo. Era una inmensa nave espacial, mucho más grande y alucinante que la suya.
Todavía no había salido de su asombro cuando vio salir algo de la nave.
—¿Quién eres? —preguntó el marciano Marcial
—Soy un astronauta de la Tierra. Vengo a echarte una mano —dijo el recién llegado.
—¿Eres un terrícola? —preguntó el marciano Marcial, atemorizado—. ¡Oh, no! ¡Estoy perdido! Todos los marcianos lo aprendemos en primero de supervivencia intergaláctica: por nada del mundo os acerquéis a un terrícola.
—Pero si ibas camino del planeta Tierra, marcianito —dijo el astronauta.
—Sí, pero iba a aterrizar donde no hubiera humanos para dar una vuelta y volver a casa —dijo el marciano Marcial.
—Pero aquí estás. Y no puedes irte, ¿verdad? —dijo el astronauta.
—Mi nave se ha estropeado y no sé qué le pasa —dijo el marciano Marcial.
—Si quieres te ayudo a repararla, que a eso he venido —dijo el astronauta—. Nuestros telescopios te detectaron y los de la NASA me han enviado aquí.
—¿Qué quieres a cambio? —dijo el marciano Marcial, desconfiando.
—Tú me cuentas cómo es la vida en Marte, como es la gente, qué hacéis y esas cosas… y yo te ayudo con la nave —dijo el astronauta.
—¿Para qué quieres saberlo? —dijo el marciano Marcial.
—Simple intercambio cultural —dijo el astronauta.
—Vale, pero no te diré nada que ponga en peligro a mi gente —dijo el marciano Marcial.
—Trato hecho —dijo el astronauta.
Después de varios días de trabajos y conversaciones, la nave del marciano Marcial estaba arreglada.
—No quiero ver a ningún terrícola cerca de Marte, ¿eh? Si alguien quiere ir, que avise primero—dijo el marciano Marcial.
—Tranquilo, te avisaremos usando este aparato que me has regalado —dijo el astronauta.
—Es mi mejor invento. Espero que sirva —dijo el marciano.
Los dos amigos se despidieron, y prometieron verse pronto. Lo que no sabemos todavía es cuándo. Llegado el momento, escribiré otro cuento.