Íñigo no tenía ninguna gana de irse de vacaciones al pueblo, este año no iban sus primos y sabía perfectamente que se iba a aburrir muchísimo. Acababa de cumplir los ocho años y lo que más le apetecía era quedarse en la ciudad, levantarse tarde e ir al parque que había debajo de su casa y jugar al fútbol.
Cuando llegó al pueblo sus abuelos estaban entusiasmados por verle y le dijeron que fuera a la parte de atrás de la casa porque tenía una sorpresa.
Cuál fue su sorpresa cuando vio que detrás de un enorme lazo rojo se escondía una moderna bicicleta azul. No pudo evitar sonreír e ir corriendo a quitarle el lazo para poder probarla. ¡Era maravillosa! Después, corriendo a abrazar a sus abuelos para agradecerles que le hubieran hecho ese regalo por sus buenas notas. Su abuelo le prometió que por la mañana saldría con él a probarla.
El día amaneció con un intenso sol en el cielo y tras el desayuno Íñigo y su abuelo se equiparon con su casco, su chándal y sus bicis para dar un paseo.
Al poco de salir se encontraron con un vecino y su sobrino al que Íñigo no conocía, se pusieron a hablar y decidieron ir en bici todos juntos. Fue una idea estupenda, llegaron con las bicis al río, se bañaron, luego fueron a una zona de árboles frutales y hasta saborearon algunas naranjas y melocotones.
Cuando estaban allí llegó un matrimonio que acababa de recoger a su nieto que venía también de la ciudad. Éste traía en la mano unos patines y venía acompañado de un perro grande y juguetón que les entretuvo a todos trayendo y llevando su palo de castaño en la boca.
Al cabo de un rato Íñigo se cansó de montar en la bicicleta porque no estaba muy acostumbrado, así que le propuso al niño nuevo intercambiarse la bici por los patines y resultó ser una experiencia muy divertida para los dos.
S
e hizo tarde y era la hora de comer. El abuelo habló animado con el resto del grupo y les ofreció comer en casa con su mujer y pasar la tarde con ellos. Tenían una casa muy grande con jardín, por lo que seguro que pasarían una tarde estupenda.
De modo que se fueron todos juntos y cuando llegaron a la casa la abuela y el abuelo prepararon una fantástica comida, después los mayores jugaron a juegos de cartas y los niños al escondite y a los coches... Íñigo estaba muy contento porque estaba siendo una tarde muy divertida.
Cuando el sol se escondió y acabó la tarde, su abuela fue a la habitación a dar a Íñigo un beso de buenas noches y éste le dijo:
- Abuela...tengo que decirte una cosa…¡Qué feliz soy en el pueblo!