Rusia, 6 de marzo de 1937. Ese día pasaron muchas cosas importantes. Ese día nacieron muchos niños y muchas niñas. Pero solo una cambiaría la historia y las aspiraciones de millones de mujeres en todo el mundo. Y ocurrió en una pequeña aldea del centro de Rusia. Ese día nació Valentina Tereshkova.
Desde muy pequeña, Valentina solía tumbarse en el suelo y mirar al cielo, preguntándose qué se sentiría estar allá arriba, entre las estrellas.
—¿Crees que alguien pueda tocar las estrellas algún día, mamá? —preguntó Valentina una noche.
—Todo es posible, Valya. Solo tienes que soñar lo suficientemente grande —respondió su madre con una sonrisa.
A medida que Valentina crecía, su curiosidad por el espacio no hacía más que aumentar. Mientras la mayoría de sus amigos jugaban con muñecas o correteaban por el campo, ella se sumergía en libros sobre el espacio, estrellas y cohetes.
Un día Valentina escuchó que su país estaba buscando personas para viajar al espacio.
—¡Esta era mi oportunidad! —dijo, emocionada, ante la mirada atónita de quienes la escucharon.
—¿Tú? Pero ¡si no eres más que una niña! —le dijeron.
Pero Valentina estaba dispuesta a conseguirlo. Intentarlo no era suficiente.
Valentina se presentó para el entrenamiento. Pronto se dio cuenta de que era la única mujer en un mundo dominado por hombres. Muchos se burlaban de ella, diciendo que el espacio no era lugar para mujeres.
—¿Qué haces aquí, Valentina? ¿No deberías estar en casa cosiendo? —se mofó uno de los entrenadores.
Pero Valentina no se desanimó. Podría haberle contestado con alguna grosería, pero prefirió ignorar el comentario. No era la primera vez; probablemente, tampoco la última. No podría dejar que aquellas tonterías la distrajeran.
Valentina entrenó más duro que nadie, superando cada obstáculo, levantándose tras cada caída, por dolorosa que fuera. Durante una prueba de resistencia, sintió que no podía más. Pero recordó las risas y las burlas y, con lágrimas en los ojos, siguió adelante, superándose a sí misma.
—¿Aún crees que no pertenezco aquí? —desafió a aquel entrenador después de terminar la prueba.
Él no respondió. La ira brillaba en sus ojos, pero no respondió. Nada de que lo que dijera podría cambiar el hecho de que aquella muchacha había dejado atrás a muchos hombres.
Con cada día que pasaba, Valentina demostraba que no solo podía competir con los hombres, sino superar a muchos de ellos. Su pasión y determinación eran inquebrantables.
Llegó el día del lanzamiento. Valentina, con su traje espacial, se preparaba para embarcarse en un viaje histórico. Al entrar al cohete, recordó todas las burlas y desafíos que había superado. Ahora estaba a punto de hacer historia.
E
l cohete despegó y Valentina fue propulsada hacia las estrellas. Flotando en el espacio, miró hacia abajo y vio la Tierra, un pequeño globo azul y verde. Se dio cuenta de lo pequeños que somos y de lo grandes que pueden ser nuestros sueños.
Al regresar a la Tierra, Valentina fue recibida como una heroína. Todos querían escuchar su historia, cómo se sintió estar en el espacio y tocar las estrellas.
—¿Fue como soñabas, Valentina? —preguntó un niño con ojos brillantes.
—Fue incluso mejor —respondió ella, acariciando suavemente la cabeza del pequeño—. Pero lo más importante es que aprendí que podemos alcanzar cualquier sueño, no importa cuán grande parezca. Solo tenemos que luchar por ello.
La historia de Valentina inspiró a miles de niños y niñas en todo el mundo. Sus aventuras en el espacio mostraron que no hay límites para lo que podemos lograr si realmente lo deseamos y trabajamos duro para ello. Que el universo no tiene género y que los sueños son para todos, sin importar quién seas o de dónde vengas.