Había una vez dos pueblos separados por un puente que nadie cruzaba nunca. A un lado estaba Villarrica y al otro Villapobre.
Los habitantes de Villarrica vivián en lujosas casas, tenían coches caros y lucían siempre ropa de los mejores diseñadores.
Los de Villapobre vivían en casas humildes, vestían ropas humildes y apenas tenían coches. Y los que había por allí parecían sacados del desguace de lo viejos y destartalados que estaban.
Un día, una niña pequeña de Villapobre, llevaba por la curiosidad, decidió cruzar el puente. Quería saber qué había al otro lado. Cuando vio aquella ciudad tan bonita se quedó alucinada.
—Vete, niña de Villapobre, que aquí no queremos saber nada de ti —gritó un niño.
—¿No quieres que seamos amigos? —preguntó la niña, sin entender por qué aquel muchacho le decía esas cosas.
—Los de Villarrica no nos relacionamos con los de Villapobre —dijo el niño
—¿Por qué? —preguntó la niña.
—Pues porque somos ricos y vosotros sois pobres —dijo al niña.
—¿Y qué? —preguntó la niña.
El niño no supo qué contestar, así que se dio la vuelta y se fue.
Al día siguiente, la niña volvió al cruzar el puente. Esta vez la acompañaron más niños, que también querían ver lo que había al otro lado.
De nuevo, la escena se repitió. Esta vez, los de Villarrica estaban preparados, y les recibieron con gritos y amenazas.
Cuando los adultos de Villapobre se enteraron, regañaron a los niños:
—Nosotros nunca vamos a Villarrrica y ellos tampoco vienen aquí. Y punto.
Esta fue la explicación que recibieron los niños.
Un día, un gran incendio arrasó Villarrica, y a los vecinos no les quedó más remedio que cruzar el puente para salvarse, pues el fuego bloqueaba el resto de salida.
Cuando se vieron al otro lado del puente, los de Villarrica no sabían qué hacer.
—¿Qué hacen aquí los de Villarrica? —preguntaban los niños.
—No tienen a dónde ir —decían los mayores.
—Pues aquí no hay sitio para tanta gente —decían unos.
—Pero habrá que ayudarlos —decían otros.
—¿Igual que ellos nos han ayudado a nosotros? —preguntaban algunos.
Como eran muchos y algo había qué hacer, el alcalde de Villapobre se acercó a los vecinos de Villarrica y les dijo:
—Podéis quedaros, pero tendréis que pagar por vuestro alojamiento. Como veréis, aquí no sobra nada.
—Pero todo lo que teníamos se ha quemado —dijo uno de Villarrica.
—Pues tendréis que trabajar para ganaros el sustento, amigos —dijo el alcalde.
—No entiendo por qué tenemos que ayudarlos —dijo una niña, la primera que cruzó el puente—. Si ellos no quieren saber nada de nosotros, ¿por qué tenemos que aguantarlos aquí?
—Porque nosotros no somos así, pequeña —dijo el alcalde—. Saldremos adelante y ya aclararemos esto cuando todo pase.
Y así los de Villarrica se instalaron en Villapobre. Y como hubo que reconstruir Villarrica, los de Villapobre trabajaron allí, cobrando un buen dinero por ello. Con ese dinero, los de Villapobre construyeron mejores casas para vivir, construyeron mejores edificios públicos y atrajeron a mucha gente que quería ir a vivir y a trabajar allí.
Ahora los dos pueblos son igual de ricos, no solo en dinero, sino también amistad y buen ambiente. Se llevan también que hasta se han cambiado el nombre, y ahora se llaman Villarrica de Arriba y Villarrica de Abajo.