Había una vez una comunidad de hadas cantarinas a la que todo el mundo admiraba. Las hadas cantarinas se pasaban el día cantando. Sus cantos mantenían hermoso el bosque y las aguas de los ríos limpias y cristalinas. Gracias al canto de las hadas cantarinas la temperatura era perfecta y siempre salía el sol y solo llovía cuando era necesario.
Cuando alguien se ponía enfermo las hadas cantarinas entonaban cantos especiales para curarlo. Y cuando alguien se portaba mal el canto de las hadas le hacía reflexionar y arrepentirse de sus malos actos.
Pero entre todas las hadas había una que no cantaba. Se llamaba Vocelia. Vocelia procuraba no hablar con nadie y evitaba cantar a toda costa. Cuando no le quedaba más remedio Vocelia disimulaba y abría y cerraba la boca imitando a las demás, pero sin emitir un solo sonido.
Un día, el Hada Madre se dio cuenta de que Vocelia no cantaba y se acercó a ella:
-Vocelia, ¿por qué no cantas? -preguntó el Hada Madre.
-Sí que canto, Hada Madre -dijo Vocelia, hablando bajito, para que el Hada Madre no notara su voz grave y ronca.
-No me engañes, Vocelia -dijo el Hada Madre, poniéndose muy seria-. Me he puesto detrás de ti antes, durante los cantos corales para la salida del sol, y no he oído absolutamente nada de tu garganta.
-Lo siento, Hada Madre, es que mi voz no es bonita, como la de las demás -dijo Vocelia, sin disimular su voz al hablar.
-La verdad es que no es que tengas una voz aguda y fina, como las demás -dijo el Hada Madre, un poco asustada por lo que escuchó-. Tal vez sea mejor que no cantes, tienes razón.
El Hada Madre se fue y Vocelia se quedó pensando en lo que le había dicho. Por una parte le había quitado un peso de encima, pero por otra la había hecho sentir muy mal, como un bicho raro.
Vocelia se fue a dar un paseo por el bosque. Cuando llegó al Gran Árbol se sentó y se echó a llorar. El Gran Árbol le preguntó por qué lloraba. Vocelia le contó su desgracia.
-Tengo una voz horrible y el Hada Madre lo ha confirmado -lloró Vocelia-. La verdad, esperaba que me enseñara a cantar, pero en vez de eso me ha tratado como si no valiera para nada.
-No te preocupes, Vocelia, seguro que tiene solución -dijo el Gran Árbol.
-No, esto no tiene remedio -dijo Vocelia, con su voz grave.
-Pues a mí me parece que tienes una voz grave excelente -dijo el Gran Árbol-. Solo tienes que trabajarla un poco para eliminar la ronquera y afinar los cantos.
-Las hadas cantan agudo -dijo Vocelia.
-Las otras hadas -dijo el Gran Árbol-. Tú eres diferente. Tener una voz distinta no evita que seas hada.
En ese momento un águila llegó al Gran Árbol y le dijo:
-Los brujos han secuestrado a las hadas cantarinas y les han tapado la boca. ¡Estamos perdidos! Si ellas no cantan el bosque caerá bajo el poder de esos rufianes.
-Es tu momento, Vocelia -dijo el Gran Árbol-. Eres la única que queda. Solo tu canto podrá liberar a tus hermanas y salvar el bosque.
-Pero…
-¡No hay más que hablar! Ve a cantar y cumple con tu deber de hada cantarina. Confía en ti misma. Has nacido para cantar, aunque tu voz sea diferente.
Vocelia se acercó a la aldea y buscó el lugar donde los brujos tenía a sus hermanas. Con su voz ronca y grave, ligeramente entrecortada y temblorosa, dijo:
-Vengo a liberar a mis hermanas y a expulsaros de aquí.
Cuando la oyeron, los brujos estallaron en una carcajada que hizo retumbar el bosque.
-¿Tú? -dijo el brujo jefe-. Tú con esa voz solo vales para asustar a los niños.
Mientras los brujos se partían de risa y las hadas miraban a Vocelia con cara de pena, ella empezó a cantar, con su voz grave, pero dulce y afinada, un canto triste pero lleno de sentimiento.
En ese momento las cuerdas que ataban las manos de sus hermanas y los paños que tapaban sus bocas se soltaron y los brujos empezaron a desvanecerse.
Durante un rato nadie dijo nada. Fue el Hada Madre quien rompió el silencio y, acercándose a Vocelia, le dijo:
-Perdóname. Eres diferente, sí, pero maravillosa igualmente. Gracias por superar tus miedos y venir a ayudarnos, a pesar de todo.
Desde ese día Vocelia empezó a cantar. El Hada Madre adaptó los cantos con una nueva línea melódica más grave que armonizaba a la perfección con el canto de las demás, haciendo que los cantos fueran mucho más hermosos.