Hace muchos años, un anciano llamado Woody vivía en una pequeña aldea. Cada mañana, cargaba desde la granja de unos amigos un saco lleno de plumas de oca porque se dedicaba a fabricar cómodas almohadas y cojines que vendía en el mercado. Los hacía de todos los colores y tamaños. Pequeños para cunas de bebés, resistentes para niños que hacían guerras de almohadas y flexibles para las personas a las que les gustaba dormir abrazadas a la almohada. Sus creaciones eran famosas en todo el mundo. Pero, un día de repente, la gente dejó de comprarlas.
El anciano, desesperado y sin entender nada, quiso encontrar una respuesta. Le preguntó a una anciana vecina que le dijo que, un joven envidioso y muy vago llamado Pancracio, había decidido hundir la reputación del pobre fabricante de almohadas y cojines. Su idea era construir una gran fábrica en la que fueran máquinas las que hicieran el trabajo.
-El trabajo artesanal no da suficientes beneficios- decía desafiante el joven.
Lo que pasaba era que, aunque las almohadas del joven fueran más baratas, no estaban hechas con el mimo y dedicación de las del anciano y la gente no las compraba. Así que pagó mucho dinero al periódico del pueblo para difundir el bulo de que las almohadas del anciano estaban llenas de chinches y pulgas.
La gente, como era un periódico muy famoso, se creyó la mentira casi sin rechistar. Incluso el ayuntamiento mandó a una empresa de desinfección al taller del anciano. El joven se había ocupado de, la noche anterior a la inspección, llenarlo todo de pulgas. Tristemente y sin que pudiera hacer nada para impedirlo, le cerraron el taller de almohadas al anciano. Con lo que no contaba el joven era con que el ayudante del anciano era una amante de la astrología.
Esa noche, había colocado una cámara para grabar un eclipse de luna que iba a haber. Se equivocó y, en vez de apuntar el objetivo para la calle, lo hizo para el interior del taller. Fue así como quedó todo grabado. Se pudo ver al joven Pancracio abrir los botes en los que llevaba las pulgas y repartirlas por toda la habitación. Con esas pruebas, la policía no tuvo duda y reabrieron el taller del anciano Woody. Como no era rencoroso, no tuvo problema en dar trabajo al joven en su taller.