Chácharas de niños
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Chácharas de niños

Edades:
A partir de 6 años
Valores:
Chácharas de niños Hace mucho tiempo, en casa del rico comerciante, se celebró una gran reunión de niños ricos y distinguidos. El comerciante era un hombre opulento e instruido, aunque hijo de simple ganadero, eso sí, honrado y trabajador. El negocio le había dado dinero, y el hijo lo supo aumentar con su trabajo. A su casa iba gente distinguida, tanto de linaje como de talento.

Durante la reunión de niños estos hablaban y discutían como tales, sin pelos en la lengua. Allí había una niña muy guapa, pero terriblemente orgullosa, hija del chambelán, un cargo muy importante, como ella bien sabía.

-¡Soy camarera del Rey! -decía la muchachita. Lo mismo podría haber sido camarera de una bodega, pues tanto mérito hace falta para una cosa como para la otra.

Después contó a sus compañeros que era bien nacida, y afirmó que quien no era de buena cuna no podía llegar a ser nadie. De nada servía estudiar y trabajar; cuando no se es bien nacido, a nada puede aspirarse.

-Y todos aquellos que tienen apellidos terminados en sen -prosiguió-, tampoco llegarán a ser nada en el mundo. Hay que ponerse en jarras y mantener a distancia a esos ¡-sen, -sen! 0 y puso en jarras sus brazos para mostrar cómo había que hacer. ¡Y qué lindos eran sus bracitos! Era encantadora.

Pero la hijita del almacenista se enfadó mucho. Su padre se llamaba Madsen, y no podía sufrir que se hablara mal de los nombres terminados en sen. Por eso replicó con toda la arrogancia de que era capaz:

-Pero mi padre puede comprar cien escudos de bombones y arrojarlos a los niños. ¿Puede hacerlo el tuyo?

-Mi padre -intervino la hija de un escritor- puede poner en el periódico al tuyo, al tuyo y a los padres de todos. Toda la gente le tiene miedo, dice mi madre, pues mi padre es el que manda en el periódico.

Y la chiquilla irguió la cabeza, como si fuera una princesa y debiera ir con la cabeza muy alta.

En la calle, delante de la puerta entornada, un pobre niño miraba por la abertura. El pequeño no podía entrar, pues carecía de la categoría necesaria.

-¡Quién fuera uno de ellos!- pensó, y al oír lo que decían, seguramente se entristeció mucho. En casa, sus padres no tenían ni un mísero chelín para ahorrar, ni medios para comprar un periódico. Y lo peor de todo era que el apellido de su padre, y también el suyo, terminaba en sen. Nada podría ser en el mundo, por tanto. ¡Qué triste!

Chácharas de niñosTranscurrieron muchos años, y aquellos niños se convirtieron en hombres y mujeres.

Se levantaba en la ciudad una casa magnífica. Todo el mundo deseaba verla. ¿A cuál de aquellos niños pertenecía? No es difícil adivinarlo. Pero tampoco es tan fácil, pues la casa pertenecía al chiquillo pobre, que llegó a ser algo, a pesar de que su nombre terminaba en sen: se llamaba Thorwaldsen.

¿Y los otros tres niños, los hijos de la sangre, del dinero y de la presunción? Pues de ellos salieron hombres buenos y capaces, ya que todos tenían buen fondo. Lo que entonces habían pensado y dicho no era sino eso, chácharas de niños.
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