Perico estaba muy aburrido. Esa mañana de verano era especialmente calurosa. Se había tirado en el sofá y de ahí no se movía. Eso sí, no paraba de protestar y de decir cada cinco minutos “mamá, me aburro”. Su madre le había propuesto muchas ideas para entretenerse, pero ninguna convencía a Perico.
En una de esas en las que Perico reclamó a su mamá con su retahíla aburridiza, mamá llegó hasta él y le dijo:
-¿Sabes, Perico? A lo mejor puedes hacer algo por mí. Tengo un libro en el desván, un libro de cuando era pequeña.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Qué te lo lea para recordarte los viejos tiempos? -dijo Perico.
-¡Ay, hijo! ¡¡No!! Yo jamás fui capaz de leerlo. Es un libro con monstruos -dijo mamá.
-Mamá, no me digas que te daban miedo las historias de monstruos -dijo Perico.
-No, al contrario, siguen siendo mis preferidos -dijo mamá-. Pero este es un libro de piratas. El problema es que, cuando me lo regalaron, estaba lleno de monstruos. Conseguí espantarlos a todos menos a uno. Así que nunca conseguí leer el libro. Si lo consigues espantar tú…
-Por fin podrás leer el libro -interrumpió Perico a su mamá.
-¡Exacto! -dijo mamá-. Te advierto que no será una hazaña fácil.
-Vamos a por ello -dijo Perico-. Se va a enterar ese monstruo de quién es Perico el Atrapamonstruos.
-Está bien, sube conmigo al desván y lo buscaremos -dijo mamá.
Perico se fue con su madre al desván, todo emocionado. Eso de cazar monstruos sí que tenía que ser una cosa entretenida.
-Mira, aquí está -dijo mamá.
-Dame, dame -dijo Perico, arrancando el libro de las manos de su madre.
-¡No corras por las escaleras! -gritó su madre-. ¡Y ten cuidado con el mosntruo, que lleva mucho tiempo solo y seguro que tiene ganas de juerga!
Perico limpió el libro de todo el polvo que había acumulado durante años y empezó a pasar hojas.
-Mamá, aquí no hay ningún monstruo -dijo el niño al cabo de un rato.
-Tienes que leer el cuento en voz alta -dijo mamá-. Hay una frase que activa al mosntruo. Hasta que no la lees no sale.
El niño empezó a leer el cuento. Al cabo de un rato su madre lo llamó para comer. Pero Perico estaba tan enfrascado en su cuento que no se había enterado, así que a su mamá no le quedó más remedio que quitarle el libro para que le escuchara.
-Espera, mamá, que todavía no he acabado y está muy interesante -dijo Perico.
-¿El qué? ¿El monstruo? ¿Ahora os habéis hecho amigos? -dijo mamá.
-¿Qué monstruo? -preguntó Perico-. ¡Ah, el mosntruo! El caso es que....
-Vamos a comer, anda -dijo mamá.
-Es que todavía no he encontrado al monstruo, mami. ¿No querrás que se escape y la líe mientras comemos, verdad? -dijo Perico.
-Menudo cuento tienes tú -dijo mamá-. Trae el libro. Podrás vigilarlo mientras comes.
-¡Buena idea!
En cuanto terminó de comer Perico se fue a seguir leyendo el libro. No se separó de él en ningún momento, para tener vigilado al monstruo.
Varios días después mamá le preguntó:
-Perico, ¿has asustado ya al monstruo?
-El caso es que no lo he encontrado todavía, y ya me he leído el libro entero -dijo Perico-. Pero lo voy a leer otra vez, no vaya a ser que lo haya pillado despistado.
Perico leyó el libro tres veces ese verano. Pero no encontró al monstruo, así que le pidió a su mamá todos los libros de cuando era pequeña, por si acaso el monstruo se había cambiado de cuento. Y aunque todavía no lo ha encontrado, al menos no ha vuelto a aburrirse. Qué divertido es esto de buscar monstruos escondidos en los libros, ¿no te parece?