Había una vez un niño que se llamaba Mariano. Mariano pasaba todos los veranos en el pueblo, con sus abuelos. Allí veraneaban muchos niños, pero ninguno le hacía caso. Es más, todos se metían con él. Se habían inventado un chascarrillo que decía: ‘Mariano, Mariano, nadie te la mano porque eres un marrano’. Y siempre que aparecía, se lo cantaban.
Mariano no entendía por qué le cantaban aquello. Pensaba que simplemente se metían con él porque podían hacer una rima con su nombre.
Pero en realidad la cancioncita tenía su porqué. Mariano tenía la costumbre de sacarse los mocos con la mano y, como nunca tenía dónde limpiarse, se los restregaba por las manos hasta que se hacían un pelotilla y se caían al suelo. Era tan asqueroso como parece. Pero el niño lo hacía con tanta naturalidad que no se fijaba en ello.
Por eso nadie quería darle la mano. Y el chascarrillo corrió y corrió, hasta que llegó a oídos de la abuela de Mariano. La buena señora se llevó un disgusto tremendo.
-¿Qué eso que cantan por ahí, Mariano? -le preguntó la abuela-. He preguntado y dicen cosas horribles.
-No sé, abuela, tonterías de la gente -dijo el niño.
La abuela decidió observar a su nieto de cerca, sin que él se diera cuenta. A lo mejor era cierto. La gente solía inventar cosas y exagerar otras. Si el niño lo decía, habría que darle el beneficio de la duda hasta comprobar lo que pasaba en realidad.
No habían pasado ni treinta minutos cuando la abuela lo vio en acción. No pudo creerlo. Ahí estaba, en la puerta de casa, en plena calle, distraído mirando unas macetas mientras se deshacía del contenido de su nariz.
-¡Mariaaaaaaaaaano! -gritó la abuela.
El niño reaccionó dando un respingo e instintivamente se miró las manos. Y ahí lo vio. Aún no había conseguido desprenderse de aquello.
-¿¡Cómo no va a cantar la gente ese chascarrillo?! ¡¿Es que no te das cuenta?!
Mariano estaba muy avergonzado. Hasta a él le dio asco cuando se dio cuenta.
-A partir de hoy te voy a dar tantas cosas que hacer que se te van a quitar las ganas de tocarte la nariz para toda la vida.
Curiosamente, Mariano no volvió a sacarse los mocos en todo el verano. Y es que lo que le pasaba al muchacho es que estaba aburrido. En cuanto tuvo algo que hacer y algo en lo que pensar, Mariano no volvió a hurgarse la nariz.