Adriá era un niño muy hablador. Hablaba tanto que todo el mundo le terminaba diciendo que se callara. Por eso la llamaban "Adriá Cállateya".
Un día Adriá y sus padres fueron a hacer una excursión por el campo. El padre de Adriá llevaba en su mochila un kit de emergencias contra niños habladores, que incluía tapones para los oídos, cinta adhesiva especial para tapar bocas y reproductor de música con cascos por si no funcionaba nada.
- Adriá, coge el botiquín -le dijo su padre antes de salir. Adriá se fue a por el botiquín sin parar de quejarse y de preguntar cosas.
- Adriá, ¡cállate ya y coge el botiquín de una vez! -le dijo su madre.
Adriá empezó a preguntar que por qué tenía que cogerlo él, que ya estaba bien de gritarle, que por qué no contestaban a sus preguntas, y bla bla bla...
- Y coge también los teléfonos móviles, que se están cargando -dijo su madre.
Adriá volvió a contestar de muy mala gana: que si siempre le tocaba a él, que lo cogieran ellos y que le dejaran en paz, que si esto, que si aquello, que si lo otro.
- Venga, vámonos. Se hace tarde -dijo el padre.
Nada más salir de casa, Adriá se puso a hablar sin parar, otra vez.
- Mira qué árboles tan bonitos, papá.
- Y mira que flores tan hermosas.
- Hay que ver cuántos bichos.
- Uf, qué sed tengo.
- ¿Cuándo llegamos?
- Otro día podríamos invitar a la tía Enriqueta y al tío Floro, que les gusta mucho coger setas. Así podrían enseñarnos.
-Y también podríamos invitar a Rodolfo, el vecino de al lado, que colecciona mariposas, y por aquí parece que hay muchas.
Y así constantemente, hablando y hablando sin parar estuvo Adriá durante horas. Su padre le dijo varias veces que se callara y que escuchara los sonidos de la naturaleza. Pero él seguía a lo suyo, hablando y hablando y hablando…
Entonces, de repente:
-¡Aaaaaahhh! -gritó Adriá.
- ¿Qué ha sido eso? -preguntó su padre.
- ¡Algo me ha mordido! -dijo el niño.
- Te dije que te callaras y que escucharas los sonidos del campo -le dijo su padre-. Parece que es una mordedura de serpiente. ¿La has visto?
- No -dijo el niño. Le dolía tanto que no tenía ya ganas de hablar.
- Está bien, te sacaré el veneno -dijo el padre-. Dame tu mochila, Adriá. Tendré que curarte la herida y llamar a urgencias.
Pero en la mochila ni estaba el botiquín ni estaban los móviles ni había nada que fuera útil para aquella emergencia.
- ¿No has cogido lo que te pedimos? -dijeron los padres de Adriá a la vez.
- ¿No me escuchasteis? -dijo él-. Os dije que los cogiérais vosotros.
- Aquí el único que no escucha eres tú, que solo te preocupas por hablar todo el día y no prestas atención a nada -dijo su padre, mientras le cogían en brazos-. Regresemos, esto puede ser grave.
Por el camino se encontraron a Rodolfo, el vecino de al lado, que estaba cogiendo mariposas. Usaron su botiquín para hacer una cura y su móvil para llamar a emergencias.
- ¿Veis? Ya os decía yo que había que avisar a Rodolfo para que viniera con nosotros de excursión -añadió Adriá.