Anabel, de mayor, quiere ser locutora de radio. Por eso ha propuesto en el colegio hacer una radio escolar y emitir un programa por megafonía a la hora del recreo. A todos los profesores les ha parecido una idea estupenda. Además, un día a la semana, por la tarde, la radio escolar emite un programa especial un poco más extenso.
En su programa de radio, Anabel pone música de actualidad, comenta las noticias y novedades del colegio y de la ciudad. También lee poesías, cuentos y ensayos propios o de sus compañeros, y también de autores importantes.
Después de varios programas de emisión, a Anabel se le ocurrió una idea brillante: entrevistar a diferentes personas en directo. A las que pudiera las invitaría al estudio que habían habilitado para emitir y, a otras, las llamaría por teléfono.
La radio del colegio se hizo tan popular en la ciudad que Anabel consiguió que la visitara el alcalde, un profesor universitario, un escritor famoso e incluso un deportista de élite. Anabel también consiguió entrevistar por teléfono y en directo a personas importantes a nivel nacional.
Sin embargo, Anabel no se olvidaba de la gente normal y por eso había entrevistado también a gente del barrio, como el carnicero, el pescadero, la frutera, la peluquera, el barrendero e incluso al polícía que todos los días regulaba el tráfico a la entrada y la salida de las clases.
Todo el mundo atendía muy amablemente a Anabel. Era todo un honor salir en el programa de radio de la chiquilla.
Pero había alguien que se le resistía. Cerca del colegio vivía un hombre mayor que había sido militar y había luchado en varios frentes. A Anabel le interesaban muchos sus historias y su punto de vista. Pero siempre que iba a visitarlo para invitarle a una entrevista el señor le cerraba la puerta en las narices.
Un día, tras investigar mucho, Anabel consiguió el número de teléfono del señor y, sin avisar, lo llamó para hacerle una entrevista telefónica en directo. Pero ni por esas el hombre pasó por el aro y, tras decirle unas cuantas groserías, colgó el teléfono.
Como el programa de Anabel se había hecho tan popular, prácticamente toda la ciudad se enteró del desplante del viejo militar. A nadie le pareció bien y la gente empezó a negarle el saludo. Incluso hubo comerciantes que se negaron a servirle lo que les pedía.
Anabel, que no se perdía una de lo que pasaba a su alrededor, se enteró de lo que estaba pasando porque el tema era la comidilla del barrio. En el fondo se sentía culpable, ya que ella sabía de sobra que el viejo militar no quería hablar con ella y, aún así, le había preparado una encerrona.
Para enmendarlo, Anabel hizo un llamamiento a sus oyentes para que dejaran de meterse con el viejo militar, contó a todos que ella sabía de antemano que el hombre no quería hablar del tema y pidió perdón.
No pasaron ni dos minutos cuando el viejo militar, que, a pesar de todo, escuchaba el programa de Anabel, llamó a la niña y le pidió perdón públicamente por haber sido tan arisco.
-Si no te viene mal, puedo responder ahora a alguna de tus preguntas -le dijo el viejo militar.
El gesto conmovió a todo el mundo. Todos descubrieron que el viejo militar era en realidad un héroe que había salvado a miles de personas, pero que también había vivido situaciones muy duras.
Todos aprendieron una valiosa lección sobre la comprensión, especialmente Anabel, que también aprendió que ser inoportuna puede dar lugar a situaciones muy desagradables para todos.