Bárbara tenía muchas ganas de ir a una excursión que se organizaba en el colegio para ir a visitar el Parque Carcedo a las afueras de la ciudad. En aquel parque vivían muchos animales. Cuando llegó a casa, Bárbara acabó de comer y se fue a su cuarto. Esperó a que mamá viniera a revisar los deberes para hablarle de la excursión. Mamá le dijo que seguramente podría ir, pero que tenía que tener en cuenta que era la primera vez que se iba de excursión todo el día con los profes y sus compañeros, por lo que tendría que ir muy atenta para no perderse. ¿Cómo se iba a perder? Ella era muy lista y sabría encontrar el camino sola. Nunca se había perdido, solo se perdían los niños tontos.
Pasados dos días Bárbara necesitaba decir a la profesora si al final iba a poder ir o no y, cuando le consultó a mamá de nuevo, esta le dijo que podía ir. Bárbara estaba loca de contenta. Le encantaba ver animales, comer de bocata, sentarse con sus compañeros en el autobús y jugar a cosas diferentes. Una excursión le parecía lo más divertido del mundo.
La noche antes de la excursión mamá revisó con ella la mochila y le volvió a repetir que era muy importante que estuviera pendiente en todo momento de dónde estaban los profesores y tener en cuenta todo lo que les dijeran. Bárbara apenas la escuchaba porque no entendía cómo alguien se podía perder. Esa noche le costó dormir de los nervios.
Al día siguiente fueron temprano a esperar el autobús. Cuando llegaron a la parada ya estaban todos sus amigos, así que se sintió muy feliz. Los profesores llegaron también, hicieron un recuento para ver que estaban todos y subieron al autobús. El viaje hasta llegar al Parque Carcedo fue muy divertido. Fueron cantando, jugando con sus tablets, escuchando historias de otras excursiones…
Cuando llegaron allí ante Bárbara apareció el parque tal y como se lo imaginaba: muy grande, con árboles muy altos, un verde precioso y muchas cosas para visitar. Los profesores reunieron a todos en círculo para contar una serie de normas, pero en ese momento justo Bárbara divisó a lo lejos un pájaro enorme. Parecía un águila o algún pájaro que nunca había visto. Le llamaban la atención su rapidez, su pico afilado… Bárbara se quedó mirándolo concentrada hasta que sintió que sus compañeros se marchaban del círculo y cada uno acompañaba a un profesor diferente. ¡Oh vaya! No se había enterado de nada.
Buscó a una de sus amigas y se fue con ella, esperando que el profesor no le riñera. Caminaron por multitud de senderos mientras les mostraban animales que nunca había visto, una avestruz, un rinoceronte… ¡Era fantástico! Cuando llegaron a una zona no podía creer lo que estaba viendo: eran monos, sus animales favoritos. La profesora no les dejaba acercarse, pero ella vio a lo lejos un puñado de cacahuetes en el suelo. Intentó que nadie la viera y fue a por ellos. Los cogió en sus manos y buscó donde había uno de esos monos peludos para poder dárselo en la mano ¡Qué ilusión! Buscó por todos los lados, pero parecía que al ver llegar a tanta gente los animales se habían escondido. Guardó los cacahuetes en el bolsillo y miro a su alrededor ¿Dónde estaba todo el mundo? ¡Oh no, se había perdido, estaba sola! ¿Cómo podía ser? Solo había perdido la atención dos minutos. Camino hacia delante a ver si veía a lo lejos al grupo pero nada. ¡Su madre la iba a castigar mucho! ¡Eso si llegaba a salir del parque! Qué miedo. ¿Y si le hacía daño algún animal al verla sola?
En esas estaba a punto de llorar cuando escuchó su nombre. Se dio la vuelta y allí estaba la profesora. Bárbara corrió a abrazarla y a pedir perdón. La profesora la abrazó y luego le hecho una buena riña. Sus compañeros y la profe habían ido a visitar una exhibición de los monos que ella se había perdido. Nunca se había sentido tan mal. Ahora se daba cuenta de que lo que su madre le decía era verdad: hay que estar atento, no se pierden los tontos, sino los que no escuchan. Había aprendido la lección.