Los tiempos de granja afortunadamente habían llegado a su fin para Belencita y su familia. Ahora los cerditos vivían en el campo libres. Por las mañanas podían jugar y corretear bajo el sol. Por las tardes dormían siestas sobre la grama y algunas veces se zambullían a la laguna a nadar. A pesar de que esas actividades le encantaban a Belencita, ella tenía un pasatiempo favorito comer y comer todo el día.
La mayoría de los cerditos comían sus frutas y verduras dos o tres veces al día, y luego se ocupaban de otras cosas. Pero Belencita comía una cosa tras otra. Empezaba por su desayuno de frutas, luego algunas verduras, más tarde se daba un paseo por el pueblo y allí conseguía restos de panes, quesos, y otras cosas deliciosas que los humanos que
vivían cerca olvidaban por allí.
Belencita estaba llena, pero seguía comiendo y comiendo. Su barriga estaba siempre hinchada y su hocico lleno de jugo de moras, migas y otros restos de comida.
En su época en la granja, a Belencita, a su madre y a sus hermanos los obligaban a comer mucho, pues los precisaban gorditos. A pesar de que en su momento eso no le agradaba mucho, y que habían conseguido librarse de ese desagradable lugar, el mal hábito parecía haberse implantado en la pequeña cerdita.
Muchas veces Belencita comía por hambre, pero muchas otras no. No sabía por qué, pero Belencita comía. Por aburrimiento, por entretenerse, porque estaba contenta o porque estaba desanimada. Belencita la cerdita siempre encontraba un buen pretexto para comer.
Pero poco a poco ese hábito parecía no hacerle bien. La cerdita terminaba por indigestarse muy a menudo, se ponía mala y debía descansar. Sin embargo, apenas se sentía un poquito mejor pensaba en cuál sería su próxima comida. Además, estaba cada vez más pesada y gordita. A pesar de que seguía siendo una cerdita muy linda, su peso extra le impedía
moverse con agilidad y se agitaba muy rápido cuando jugaba con sus hermanos y amigos.
Quienes rodeaban a Belencita le aconsejaban que dejase de comer tanto, y que solo comiera lo que necesitaba para saciarse. Así podría sentirse mucho mejor y mucho más ágil. Ahora nadie la obligaba a estar gordita y podía tomar sus propias decisiones.
Al principio Belencita no quería escuchar esos consejos. Era muy glotona, así que prefería seguir haciendo de las suyas. Pero en una ocasión la cerdita se dirigía al pueblo a recoger pan de los humanos, y para el camino se había llevado unas cuantas manzanas y moras. En mitad del trayecto Belencita comenzó a agitarse mucho y ya casi no podía continuar
caminando. Así fue como Belencita sintió desvanecerse y se desmayó.
Unos minutos después la cerdita volvió en sí, aún un poco mareada. Ella permaneció un tiempo recostada y respirando profundo para recuperarse. En cuanto se sintió mejor, desistió de su camino al pueblo y regreso a casa.
Belencita se asustó con la experiencia, y recordó los consejos de sus amigos. A partir de ese día Belencita la cerdita dejo de ser glotona.
Ella comenzó a comer solo lo que necesitaba para estar saludable y bien nutrida, y aprendió a detenerse cuando estaba saciada.
Belencita se sintió muy a gusto con sus nuevos hábitos, y más aun sabiendo que estaba tomando sus propias decisiones. Además, había aprendido a identificar que sentía y permitirse un tiempo para reflexionar que hacer en vez de ponerse a comer sin preguntarse si era eso lo que necesitaba.
La cerdita Belencita ahora pasaba más tiempo con su familia y sus amigos, tomando sol, descansando sobre el césped o debajo de un árbol y jugando con sus pares. Belencita dejo de ser la cerdita glotona y se convirtió en una cerdita feliz.