El conejo Benito vivía en el campo. Su madriguera se encontraba debajo de un conjunto de árboles y cerca del río. Alrededor de su madriguera estaban las de sus amigos y parientes. Todos los conejos del campo solían juntarse a pasear y dar largas caminatas por el campo. Siempre procuraban calcular el tiempo para regresar a sus guaridas antes de que caiga el sol.
Benito, sin embargo, solía seguir sus caminatas a solas. A él no le importaba que fuese de noche. Aunque todos los conejos regresaban, él seguía caminando y se detenía tan solo cuando estaba muy cansado. Entonces sí que regresaba a su madriguera y se iba a dormir. Los otros conejos le advertían a Benito que de noche salían los depredadores como los búhos, los lobos y los linces a cazar, y que era un peligro que un conejo anduviera solo a esas horas por el campo. Pero Benito decía que eso no podía ser cierto, todo estaría bien.
Los conejos del campo también sabían que en ciertas temporadas no era prudente salir a hacer sus caminatas. Esas eran las temporadas de caza. Los conejos habían aprendido a calcular con precisión la época del año en que los humanos salían a cazar todo tipo de animales. Y en ese periodo procuraban no dar sus paseos y mantenerse cerca de sus madrigueras por si les tocaba huir para proteger sus vidas.
Benito, que era un conejo joven y nunca había visto a los humanos, no podía creer la situación. El conejo temerario no se tomaba en serio las advertencias de los demás conejos, no por desmerecer sus consejos, sino porque Benito no podía aceptar que existiesen seres que se divirtieran haciéndole daño a otros solo por diversión. Al igual que con el tema de las caminatas por la noche, a Benito le costaba aceptar que en el mundo existe el bien y el mal, al ser él un conejo de buen corazón daba por sentado que todos eran como él.
Por ello Benito siguió con sus salidas como siempre, incluso cuando sus amigos le habían dicho que se quedara porque estaban en temporada de caza. Todo fue bien por unos cuantos días, hasta que algo sucedió.
Benito se encontraba comiendo unas fresas de un arbusto cuando sintió un ruido muy extraño, algo que jamás había oído, algo impacto en el árbol encima de él e hizo un gran estruendo. Era un disparo. Benito pudo ver a un hombre con un rifle escondido entre los matorrales. Asustado, el conejo comenzó a correr a toda velocidad, el hombre lo persiguió.
E
n la persecución, el cazador disparo varias veces, afortunadamente sin acertar. Benito, que era un buen velocista, consiguió escaparse y pudo refugiarse en el hueco de un viejo árbol. Solo salió en cuanto escucho silencio, y no sin antes asegurarse que el hombre se haya retirado.
Asustado por la situación, Benito regreso a toda velocidad a su madriguera. Llegó a salvo y les contó a sus compañeros lo sucedido. Benito comprendió que los otros conejos estaban en lo cierto. Se sintió muy triste de saber que lo que ellos le advertían era una realidad, y que si existía el mal y seres que hacen daño. Benito no dejó por ello de ser un buen conejo y dar lo mejor de sí, tampoco se convirtió en un miedoso ni en un desconfiado, pero empezó a ser más prudente y cuidar más de sí mismo gracias a esta lección.