Había una vez un extraterrestre llamado Calox que viajaba por el universo como si este fuera un parque de recreo. Y eso causaba muchos problemas y sustos: naves que se salían de su ruta, confusión entre los viajeros, etcétera.
Aunque no había aún normas de tráfico para moverse por el espacio, todo el mundo sabía que había ciertas normas que cumplir. Pero a Calox, el extraterrestre temerario, le daba lo mismo.
A pesar de que el recién formado consejo intergaláctico había avisado muchas veces a Calox, este no hacía caso. A Calox solo le importaba pasárselo bien haciendo el fitipaldi con su nave espacial supersónica de último modelo.
Y como no había manera de parar a Calox, el consejo intergaláctico decidió mandar varios agentes a detenerlo. Pero el día que se pusieron en marcha ya era demasiado tarde.
Calox, en su loca carrera interespacial consigo mismo acababa de chocar con un pequeño asteroide que no había visto. Afortunadamente, el asteroide no era muy grande, así que los daños en la nave de Calox, que estaba hecha de un moderno material resistente a los golpes, fueron mínimos.
El que sí había sufrido daños fue el asteroide: daños en su órbita. Calox se dio cuenta enseguida de que el asteroide iba derecho hacia otro asteroide un poco más grande.
-¡Oh, no! -exclamó Calox-. Si este pequeño pedrusco estelar se da contra aquel más grande es probable que se desencadene un choque masivo.
El planeta de Calox no estaba muy lejos de allí. Y eso le asustó.
-Si los asteroides empezaban a salirse de sus órbitas puede que alguno caiga en mi planeta… ¡Tengo que pararlo!
Calox se alejó un poco para coger potencia y se chocó de nuevo con el pequeño asteroide para que no chocara. Pero el cambio de rumbo lo envió con fuerza hacia otro asteroide aún más grande.
-¡Oh, no! -exclamó Calox de nuevo-. Tengo que pararlo.
Calox volvió a alejarse para coger potencia, pero no llegó a tiempo. El pequeño asteroide chocó con fuerza con su vecino, y este se salió disparado. Y mientras el pequeño asteroide salía despedido hacia un lado, el grande se dirigía peligrosamente hacia el planeta.
Calox se disponía a lanzarse en picado contra el gran asteroide, dispuesto a sacrificarse por los habitantes de su planeta (ni su supernave soportaría un impacto como ese) cuando llegaron los guardias del consejo intergaláctico.
-¡Apártate, Calox! Nosotros nos ocupamos.
L
os guardianes lanzaron una bomba que convirtió el asteroide en polvo en unos segundos. Y otra más sobre el pequeño asteroide que amenazaba con chocar con un satélite cercano.
-¡Tenías que haber avisado! -exclamaron los guardianes-. La has podido liar de verdad.
Calox estaba muy arrepentido. Por eso cumplió la condena que le impuso el consejo intergaláctico por temerario sin protestar. Esa tarea no fue otra que regular el tráfico interplanetario durante varios meses.
Cuando acabó de cumplir con su tarea, Calox se unió a la guardia del consejo intergaláctico. Ahora aprovecha su habilidad para ir más rápido que nadie por la galaxia para perseguir a los malhechores y malvados que pueblan el universo. Al fin y al cabo, no hay que renunciar a lo que a uno le apasiona cuando se pueden aprovechar esas habilidades para hacer algo positivo con ellas.