Carmen cumplía trece años el mismo día que se encontró su habitación llena de bolsas.
-¿Qué está pasando? -se preguntó.
Carmen bajó corriendo las escaleras de casa en busca de sus padres o de la tía Paula que vivía con ellos. Se encontró a mamá entrando por la puerta.
-Mamá, ¿Qué pasa en mi habitación? Hay un montón de bolsas y parecen cosas mías.
-Ah, sí cariño. Mañana celebraremos tu cumpleaños y en la habitación no hay más que juguetes de cuando eras muy pequeña. Los voy a dar a los vecinos.
-¿Mis juguetes? ¿Todos? -preguntó Carmen. La muchacha, horrorizada, subió de nuevo las escaleras para abrir las bolsas.
-Carmen, no quiero todo eso en casa, apenas juegas con ello -dijo mamá-. Escoge una cosa si quieres quedártela. Además te distraen de tus obligaciones que ya son estudiar, entrenar con tu raqueta, leer…
Carmen cerró la puerta de su habitación. Estaba muy triste. Era un rollo cumplir años si tenías que renunciar a tus juguetes de toda la vida. Abrió las bolsas y vio un montón de cosas que le traían infinitos recuerdos. La seta con sus respectivos animales dentro con sus teteras, sus cucharas diminutas… Qué divertido había sido jugar con eso. Luego sus puzles de películas de Disney… ¿Cómo iba a decidir con qué quedarse?
Se enfadó de nuevo y cerró las bolsas, no quería nada si no podía quedarse con todo. Es verdad que ya no jugaba con todo aquello, pero no le parecía bien verlo todo así recogido. Bajó las escaleras y decidió salir a la terraza, luego volvería a revisarlo todo.
En esas estaba cuando de repente se acercó una mujer a la verja de su casa que le preguntó si conocía el albergue Santo Ángel. Carmen no lo conocía, pero mientras contestaba no pudo evitar fijarse en que había un niño cogido a la mano de esa señora que la miraba con una sonrisa. Carmen pensó que el niño tendría unos 6 años y acordándose de los juguetes que acaba de revisar tenía un coche de peluche muy divertido que le podría gustar al niño.
-¿Podría esperarme un momento? -dijo Carmen-. Tengo una cosa que seguro que le gustará al niño.
Cuando volvió a bajar con un brillante coche rojo al niño se le abrieron los ojos de ilusión. La mujer se fue muy agradecida y el niño se despidió con muchos besos al aire.
A
l darse la vuelta Carmen vio que su madre estaba mirando por la puerta. Esta subió las escaleras, miró a su madre y esta le dijo:
-¿Ahora lo entiendes? Tienes un montón de cosas que ya no usas y muchos vecinos pueden disfrutar de ello. Además, a ti te regalarán cosas nuevas y tendrás que hacer sitio para tenerlos bien cuidados como todo lo anterior.
-Jo mamá, no lo había pensado así -dijo Carmen-. Me he enfadado mucho, perdona. Me parece muy bien que otros disfruten y tengan buenos recuerdos con mis juguetes como los he tenido yo. Si te parece bien esta tarde llevaré un par de bolsas al Albergue yo misma si me indicas dónde está.
-Claro que sí hija, no te preocupes, lo organizaremos.
Los dos se agarraron de la mano y entraron dentro de la casa viendo las cosas de otra manera.