Desastre después de Navidad
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Desastre después de Navidad

Edades:
A partir de 6 años
Desastre después de Navidad Hubo una vez un pequeño pueblo en el que vivía un grupo de personas que odiaban la Navidad. Todos los años, la víspera de Nochebuena, esta pandilla se las ingeniaba para estropear todos los adornos navideños de las calles, ensuciar las calles y gritar cuando sonaban villancicos en las calles o en las tiendas.

Afortunadamente, la policía enseguida los arrestaba y los metían en el calabozo durante las fiestas para que dejasen a los vecinos disfrutar en paz de esos días.

Pero hubo un año que, cansados de pasar las Navidades entre rejas, la pandilla decidió hacer algo más. Así que se escondieron unas ganzúas y unas herramientas entre la ropa para poder escapar de las celdas. Y eso hicieron.

La Nochebuena y la Navidad la pasaron en la celda. Al fin y al cabo, los policías les daban bien de comer. Pero el mismo día de Navidad, después de la cena, los pandilleros se escaparon de sus celdas sin que nadie se diera cuenta.

Durante toda la noche se dedicaron a romper las luces de las calles, a pintar en los escaparates con espráis de colores y a destrozar cualquier cosa que tuviera que ver con la Navidad.

A la mañana siguiente, el pueblo apareció hecho un desastre, con cables colgando, cristales rotos en el suelo y todo sucio y hecho un asco.

Pero para entonces, los pandilleros se habían vuelto a meter en sus celdas. Así que nadie pensó que ellos estaban detrás de todo aquello.

—Parece que alguien ha conseguido lo que vosotros no habéis podido hacer nunca —le dijo el jefe de policía a la pandilla de maleantes.

Y como ya no había nada que proteger, el jefe de policía les abrió las celdas y les dijo:

—Ya podéis iros, que tenemos mucho que hacer para poner el pueblo a punto.

Los pandilleros salieron de la celda muy contentos, dispuestos a seguir con sus fechorías, ahora que estaban libres. Pero la imagen que les estaba esperando al salir de la comisaría les dejo helados.

A la luz del día, el pueblo era un desastre. La gente, que hasta entonces estaba contenta, ahora se mostraba seria o enfadada. Apenas se oía a las personas hablar. Solo se oía a algún niño llorar, o algún adulto dando instrucciones para arreglar o recoger algo.

No había música, no había luces. No había alegría. Los comercios estaban cerrados. Todos estaban ayudando a arreglar todo aquel desastre.

—¿Y si ayudamos un poco? —dijo Lucho, uno de los pandilleros.

—¿Para qué? —preguntó el jefe.

—Al menos si les echamos una mano tendremos algo que destrozar en Nochevieja —dijo Lucho.

—Bueno, si es por eso… —dijo el jefe.

Y allí se pusieron los pandilleros a trabajar, mano a mano con sus vecinos. Limpiaron escaparates, recogieron cristales, arreglaron cables rotos… Tardaron tres días en limpiar y recoger todo.

SDesastre después de Navidadin embargo, los pandilleros no se lo habían pasado mejor en su vida. La gente se mostró muy agradecida con ellos. Cada día comieron o cenaron en casa de un vecino. Los niños les llevaban regalos hechos por ellos mismos para darles las gracias. Incluso unas señoras mayores les hicieron unos conjuntos de gorro y bufanda de punto muy calentitos que les encantaron.

—¿Qué tal si dejamos para otro año el destrozo navideño? —preguntó Lucho a sus compañeros de pandilla.

Todos estuvieron de acuerdo. Pero ya no volvieron a destrozar nada. Lo que sí hicieron fue formar parte del grupo de voluntarios que todos los años engalanada el pueblo en Navidad. Al fin y al cabo, poner bonito el pueblo resultó mucho más interesante que destrozarlo. Y eso de que la gente te quiera por hacer algo útil y bueno por los demás también tiene muchas ventajas.

Muchos años después, los pandilleros confesaron el desastre después de Navidad de aquel año y pidieron perdón por ello. Pero en vez de enfadarse, los vecinos brindaron por el aniversario en el que la pandilla que odiaba la Navidad había descubierto la magia de celebrarla en comunidad.
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