Dylan era un pequeño grumete que viaja a bordo de un barco pirata. Pero el barco había encallado y solo quedaba un pequeño bote para salir de allí. El capitán pirata le había encargado al pequeño Dylan salir en busca de ayuda, pues era el único que cabía en aquel bote.
Al principio Dylan tuvo miedo de adentrarse él solo en el mar. Pero pronto se dio cuenta de que todos los que iban en aquel barco dependían de que él fuera en busca de ayuda. Así que se armó de valor, se subió al bote y empezó a remar.
Dylan remó con entusiasmo. Tenía que encontrar ayuda cuanto antes. Entonces algo golpeó el bote desde abajo. Dylan se quedó paralizado. ¿Qué había sido eso?
Otro golpe más, esta vez más fuerte. Dylan estaba aterrorizado. Pero, una vez más, se armó de valor y gritó:
-¿Quién anda ahí? Sal para que pueda verte, cobarde.
Entonces, vio una aleta surgir en el mar y empezar a dar vueltas alrededor de su pequeña embarcación.
-Ups -dijo Dylan, tragando saliva. Pero no era el momento de acobardarse, así que le dijo.
-¿Te crees muy duro, eh, tiburón? -dijo Dylan, intentando mantener firme la voz-. ¿No te da vergüenza, amenazar a un niño en un bote diminuto? ¡Venga, da la cara, cobarde!
La aleta paró. Dylan esperó a ver qué pasaba. Al final, el tiburón asomó la cabeza.
-Sabes que podría tirarte del bote de un golpe y comerte de un bocado ¿verdad? -dijo el tiburón.
-No me cogerás sin luchar -dijo Dylan, blandiendo uno de los remos.
-No voy a comerte, chaval, me has caído bien y ya comí hace un rato -dijo el tiburón, interesado en aquel chico tan bravo y valiente.
-Pues entonces me voy, que tengo prisa -dijo Dylan.
-Espera, espera -dijo el tiburón-. ¿Qué te trae por aquí? No es habitual ver a un niño solo remando en un bote en medio del océano.
-El barco en el que viajaba de grumete ha encallado y voy a buscar ayuda -dijo el niño-. Solo nos quedaba este bote y yo era el único que cabía en él.
-Pues me temo que no vas a llegar a ningún sitio a la velocidad a la que vas -dijo el tiburón-. Si quieres te empujo para que vayas más rápido. Conozco una isla cerca de aquí.
-Dime por dónde es y remaré yo solo -dijo Dylan.
-Se te acabarán las provisiones días antes de llegar -dijo el tiburón-. Venda, deja que te ayude.
-¿Cómo sé que no me quieres engañar? -preguntó Dylan.
El tiburón respondió:
-Mira, chaval, si quisiera comerte sin luchar solo tendría que dar vueltas alrededor del bote y esperar a que te debilitaras lo suficiente como para no poder atacarme.
Dylan lo miró y, muy seguro, contestó:
-Mira, tiburón, mi madre me dijo antes de salir de casa que no me fiara de ningún extraño. Así que dime por dónde se va a esa isla, que ya me las arreglo yo solo.
El tiburón le dio la información y se fue al fondo del océano.
Dylan remó y remó, hasta caer rendido. Estaba tan cansado que se quedó dormido.
Cuando se despertó estaba en una playa.
-¿Cómo he llegado hasta aquí? -dijo Dylan.
Entonces miró a lo lejos y pudo ver una aleta de tiburón.
-Aquel tiburón te ha empujado hasta la playa -dijo una voz de hombre a su espalda-. Parece que has hecho un amigo.
-Ayer rechacé su ayuda -dijo Dylan-. No me fiaba de él. ¿Por qué lo habrá hecho?
-Porque de verdad quería ayudarte, muchacho -dijo el hombre-. ¿Qué te trae por aquí?
Dylan le contó lo sucedido. El hombre reunió una pequeña tripulación y fue en busca de los piratas, junto con Dylan.
-Yo os guío -dijo el tiburón.
-Gracias, amigo tiburón -dijo Dylan-. Sin ti no lo hubiera logrado.
-Un placer, chaval -dijo el tiburón-. Pero que yo te haya ayudado no quiere decir que todos los tiburones sean de fiar. ¡No lo olvides! Hiciste bien en desconfiar.
Y así fue como Dylan salvó a sus compañeros y como hizo un nuevo e inesperado amigo.