Había un inspector de policía al que todos llamaban el inspector Bailongo. Lo de “Bailongo” era un mote que le habían puesto sus compañeros porque el hombre no podía parar quieto. En cuanto oía música se ponía a bailar. Y si no, él mismo se ponía cantar o marcar un ritmo para mover el esqueleto. A pesar de todo, el inspector Bailongo era un buen agente, y no se le resistía ningún caso.
Una mañana, aprovechando su día libre, el inspector Bailongo fue al banco a resolver unos asuntos. Como la espera se alargaba se puso los casco para escuchar la radio. Puso una de esas radios en la que hacen tertulia. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que habían entrado a robar.
De repente, el inspector Bailongo vio a todo el mundo en el suelo, boca abajo. Enseguida se dio cuenta de que aquello era un atraco. Entonces, alguien se plantó delante de él, le quitó los cascos y le dijo:
-¡Tú, vamos, nos vas a ayudar!
El atracador cacheó al inspector. Afortunadamente, como era su día libre, no llevaba ni su placa, ni su arma, ni nada que le delatara como agente de la ley.
Mientras tanto, la policía había recibido el aviso del robo. Uno de los empleados había conseguido activar la alarma silenciosa sin que los atracadores lo descubrieran. Pero la policía no podían entrar. Había mucho riesgo de que los rehenes sufrieran daños. Había que trazar un plan. Y había que hacerlo rápido.
-Jefe, mire las grabaciones de las cámaras de seguridad -dijo uno de los policías, un novato que acababa de llegar-. El inspector Baiolongo entró en el banco viente minutos antes del atraco, y no se le ve salir.
-Excelente noticia -dijo el jefe de policía-. Tenemos un hombre dentro. Activaremos el “Plan Bailongo”.
-Jefe, el inspector Bailongo no sabe nada -dijo el inspector Pardo, compañero habitual del inspector Bailongo-. ¿Cómo se ceñirá al plan, sin aviso previo?
-Lo hará, inspector Pardo, no lo dude -dijo el jefe de policía-. Además, no tenemos otro remedio. ¡Vámonos! Ocupen todos sus posiciones.
-¿Qué van a hacer? -preguntó el novato.
-Chico, hoy vas a ver lo más raro en métodos policiales del planeta -dijo el jefe de policía.
Y así fue. En cuanto todos los policías estaban en sus puestos, el inspector Pardo llamó al móvil al inspector Bailongo desde el móvil de emergencia. La llamada tenía asociado un tono que no era otra cosa que una canción muy marchosa. Era la voz de alarma que indicaba al inspector Bailongo que todo estaba listo para actuar.
-¡Apague eso! -gritó uno de los atracadores. Pero era demasiado tarde.
El inspector Bailongo ya sentía el ritmo en su cuerpo y sabía perfectamente lo que iba a pasar.
S
e hizo el despistado haciendo que buscaba el móvil. Hasta que llegó el estribillo y se puso a bailar como un loco, ante la sorprendida y perpleja mirada de los atracadores. Y aprovechando el despiste, todo pasó muy rápido. El inspector Bailongo desarmó a un atracador mientras otros policías hacían lo mismo con el resto de atracadores. Y todo esto sin que el inspector Bailongo perdiese en ningún momento el ritmo.
Acabó la canción y todos los rehenes se pusieron en pie a aplaudir, impresionados antes aquel espectáculo.
El novato no se lo podía creer. Definitivamente, era la táctica más rara que podía haber.
-¿Hacen esto a menudo? -preguntó el novato.
-Sí, muchacho -dijo el inspector Bailongo-. Y nunca falla. Por ponerle un nombre técnico, de esos que tanto se llevan ahora, es lo que podríamos llamar “aprovechamiento creativo de las capacidades personales” o algo así.
Una vez más, el inspector Bailongo tuvo una actuación brillante, es decir, atrapó a los malvados con gran eficacia.