Había una vez un caballero errante que viajaba por el mundo buscando fortuna. Iba de acá para allá, salvando reinos de malvados dragones, rescatando a personas en apuros o buscando tesoros perdidos.
Gracias a su valor y su coraje el caballero se hizo con una gran fama. Y también con una pequeña fortuna, puesto que sus esfuerzos eran siempre bien recompensados por aquellos que recibían sus servicios.
Pero un día el caballero errante descubrió que podría hacerse mucho más rico. Unos delincuentes de poca monta que conoció le propusieron un trato: ellos harían sus fechorías y, poco después, aparecería el caballero errante para resolver el problema. El botín se lo repartirían entre todos.
Al caballero andante le pareció una gran idea. Y así fueron viajando estafando a la gente con su montaje.
Sin embargo, pronto empezó a correr el rumor de que había algo raro en todo aquello. Las noticias volaban y cada vez era más evidente que algo no encajaba.
Hasta que, al final, alguien les tendió una trampa. Y los descubrieron. Los malhechores se fueron corriendo y volvieron a lo suyo. Pero para el caballero errante no fue tan sencillo.
Desde aquel momento todo el mundo lo conoce como el caballero mangante, por haber estafado y robado a quienes confiaban en él.
Despojado de su fama y de su buen nombre, el caballero mangante decidió hacer honor a su nombre y actuar como tal. Y así se dedicó a robar y a saquear a todo aquel que se cruzara en su camino.
Pero la suerte quiso que una de sus víctimas fuera una princesa que viajaba disfrazada de vagabunda para que nadie la descubriera.
En cuanto ella y sus acompañantes fueron atacadas se quitaron las capas andrajosas, descubriendo su uniforme y sus armas, y persiguieron al caballero mangante hasta atraparlo.
E
ntre las tres los ataron y lo llevaron a su castillo, donde fue juzgado y castigado.
—A partir de ahora trabajarás duro hasta conseguir dinero suficiente para devolver todo lo que has robado —sentenció el juez.
Cuando la noticia de que el caballero mangante había sido apresado, muchos viajaron hasta allí para denunciarlo y así poder recuperar lo que les había quitado.
Y así, el caballero mangante tuvo que trabajar por el resto de sus días para compensar todo el mal que había hecho.
Triste historia la de este muchacho, que por querer tener más trabajando menos, acabó trabajando de sol a sol sin poder quedarse con nada.